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De amor y de muerte

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abogados eran observados a la distancia por los agentes <strong>de</strong>l General que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche<br />

anterior no les perdían el rastro.<br />

Irene quiso ser <strong>de</strong> la partida a nombre <strong>de</strong> su revista, pero Francisco se lo impidió. Ellos no<br />

contaban con protección, como era el caso <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la comitiva, cuya posición ofrecía<br />

cierta seguridad. Si eran relacionados con el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> los cadáveres, no habría<br />

esperanza <strong>de</strong> salir con vida y eso podía ocurrirles, porque ambos estuvieron presentes<br />

cuando Evangelina levantó por los aires al Teniente Ramírez, los vieron rondar<br />

preguntando por la joven <strong>de</strong>saparecida y mantuvieron contacto con la familia Ranquileo.<br />

En las cercanías <strong>de</strong> la mina se <strong>de</strong>tuvieron los coches. José Leal fue el primero en<br />

arremeter contra los escombros <strong>de</strong> la entrada, aprovechando sus brazos <strong>de</strong> oso y su<br />

entrenamiento en labores pesadas. Los otros lo imitaron y en pocos minutos hicieron un<br />

hueco mientras a lo lejos los Cuerpos <strong>de</strong> Seguridad se comunicaban por radio para<br />

informarle que los sospechosos se encuentran violando la mina clausurada a pesar <strong>de</strong> los<br />

letreros <strong>de</strong> advertencia, esperamos instrucciones mi General, cambio y fuera. Limítense a<br />

observar, tal como les or<strong>de</strong>né y no se les ocurra intervenir, pase lo que pase no se metan<br />

con ellos, cambio y fuera.<br />

<strong>De</strong>cidido a tomar la iniciativa, el Obispo Auxiliar fue el primero en entrar a la mina. No era<br />

ágil, pero logró contorsionarse como una mangosta para introducir las piernas y luego<br />

<strong>de</strong>slizar el resto <strong>de</strong>l cuerpo al interior. La pestilencia lo golpeó como un mazazo, pero no<br />

fue hasta que sus ojos se acostumbraron a la penumbra y divisó los restos <strong>de</strong> Evangelina<br />

Ranquileo, que lanzó la exclamación que atrajo a los <strong>de</strong>más. Le ayudaron a salir, lo<br />

pusieron en pie y lo condujeron a la sombra <strong>de</strong> los árboles para que recuperara el aliento.<br />

Entretanto José Leal improvisó antorchas <strong>de</strong> papel <strong>de</strong> periódico enrollado, sugirió a todos<br />

cubrirse la cara con pañuelos y los condujo uno por uno a la sepultura, don<strong>de</strong><br />

semiarrodillados cada uno <strong>de</strong> los presentes pudo ver el cuerpo en <strong>de</strong>scomposición <strong>de</strong> la<br />

muchacha y el surti<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> huesos entrelazados, cabellos, harapos. Bastaba remover un<br />

poco las piedras y rodaban nuevos restos humanos. Al salir nadie se sintió capaz <strong>de</strong><br />

hablar, temblorosos, lívidos, se miraban tratando <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r la magnitud <strong>de</strong>l hallazgo.

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