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esquí en invierno y playa todo el verano, clases <strong>de</strong> danza para que aprenda a moverse<br />
con gracia porque camina a brincos y se <strong>de</strong>smorona como un contorsionista sobre los<br />
muebles; déjala en paz, Beatriz, no la atormentes. Es necesario, <strong>de</strong>bemos formarla:<br />
radiografía <strong>de</strong> columna, limpieza <strong>de</strong> cutis, psicólogo porque el martes soñó con ciénagas<br />
movedizas y <strong>de</strong>spertó gritando. Es tu culpa, Eusebio, la malcrías con regalos <strong>de</strong><br />
mantenida, perfumes franceses camisas <strong>de</strong> encaje, joyas inapropiadas para una chiquilla<br />
<strong>de</strong> su edad. La culpable eres tú, Beatriz, por ser tan frívola y corta <strong>de</strong> entendimiento,<br />
Irene se viste con trapos para agredirte, ya lo dijo su analista. Tanto esmero para<br />
educarla, digo yo, y mira lo que nos resulta, una criatura estrafalaria que se burla <strong>de</strong> todo<br />
y abandona la pintura y la música para <strong>de</strong>dicarse al periodismo, esa ocupación no me<br />
gusta, es un oficio <strong>de</strong> tunantes, sin futuro y hasta peligroso. Bueno, mujer, pero al menos<br />
hemos conseguido que sea feliz; tiene la risa fácil y el corazón generoso, con un poco <strong>de</strong><br />
suerte vivirá contenta hasta que se case y <strong>de</strong>spués, cuando <strong>de</strong>ba hacer frente a la tarea<br />
<strong>de</strong> vivir podrá <strong>de</strong>cir al menos que sus padres le dieron muchos años dichosos. Pero te<br />
fuiste, Eusebio, maldito seas, nos abandonaste antes que ella acabara <strong>de</strong> crecer y ahora<br />
estoy perdida, se me filtra la <strong>de</strong>sgracia por todos los resquicios, gotea, me inunda, ya no<br />
puedo <strong>de</strong>tenerla y cada día es más difícil preservar a Irene <strong>de</strong> todo mal, amén. ¿Ves sus<br />
ojos? Siempre los tuvo errantes, por eso Rosa cree que no vivirá mucho, parece estar<br />
<strong>de</strong>spidiéndose. Míralos, Eusebio, ya no son los <strong>de</strong> antes, se han llenado <strong>de</strong> sombras<br />
como si se asomaran a un pozo, ¿dón<strong>de</strong> estás, Eusebio?<br />
Irene midió el odio inmenso <strong>de</strong> sus padres antes que ellos mismos lo sospecharan. En las<br />
noches <strong>de</strong> su niñez permanecía <strong>de</strong>spierta escuchando sus interminables reproches, con<br />
la mirada fija en la techumbre <strong>de</strong> su habitación y una in<strong>de</strong>scriptible ansiedad en los<br />
huesos. La <strong>de</strong>svelaba el murmullo interminable <strong>de</strong> su madre lloriqueando en largas<br />
confi<strong>de</strong>ncias por teléfono con sus amigas. El sonido le llegaba <strong>de</strong>formado por las puertas<br />
cerradas y su propia angustia. No penetraba el sentido <strong>de</strong> las palabras, pero su<br />
imaginación les daba significado. Sabía que hablaba <strong>de</strong> su padre. No dormía hasta sentir<br />
su automóvil entrar al garaje y su llave en la cerradura, entonces se <strong>de</strong>svanecía su<br />
pesadumbre, respiraba satisfecha, cerraba los párpados y se sumergía en el sueño. Al<br />
entrar a su habitación para darle el último beso <strong>de</strong> la jornada, Eusebio Beltrán encontraba