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De amor y de muerte

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Francisco se remontó a los recuerdos lejanos, cuando su hermano mayor era un<br />

muchacho justiciero como el padre y sentimental como la madre. Unidos y solidarios<br />

crecieron los tres niños Leal, tres contra el mundo, tres <strong>de</strong>l mismo clan, respetados en el<br />

patio <strong>de</strong>l colegio porque cada uno estaba protegido por los otros y cualquier ofensa se<br />

cobraba <strong>de</strong> inmediato. José, el segundo, era el más fuerte y pesado, pero el más temido<br />

era Javier por su coraje y la <strong>de</strong>streza <strong>de</strong> sus puños. Tuvo una adolescencia tumultuosa<br />

hasta en<strong>amor</strong>arse <strong>de</strong> la primera mujer que captó su atención. Se casó con ella y le fue fiel<br />

hasta su noche fatal. Hizo honor a su apellido: Leal con ella, con su familia, con los<br />

amigos. Amaba su trabajo <strong>de</strong> biólogo y pensaba <strong>de</strong>dicarse a la docencia, pero las<br />

circunstancias lo encaminaron a un laboratorio comercial, don<strong>de</strong> en pocos años ocupó<br />

altos cargos, porque su sentido <strong>de</strong> responsabilidad iba aparejado a una fértil imaginación<br />

que le permitía a<strong>de</strong>lantarse a los más atrevidos proyectos <strong>de</strong> la ciencia. Sin embargo,<br />

estas condiciones <strong>de</strong> nada le sirvieron cuando se elaboraron las listas <strong>de</strong> las personas<br />

proscritas por la Junta Militar. Su actividad en el sindicato pesó como un estigma a los<br />

ojos <strong>de</strong> las nuevas autorida<strong>de</strong>s. Primero lo vigilaron, luego lo hostilizaron y por fin lo<br />

<strong>de</strong>spidieron. Al quedar sin empleo y per<strong>de</strong>r la ilusión <strong>de</strong> conseguir otro, comenzó su<br />

<strong>de</strong>terioro. Vagaba <strong>de</strong>macrado por las noches <strong>de</strong> insomnio y los días <strong>de</strong> humillaciones.<br />

Había golpeado muchas puertas, hecho antesalas, acudido a los avisos <strong>de</strong> los periódicos<br />

y al final <strong>de</strong>l camino se encontraba abrumado por la <strong>de</strong>sesperanza. Sin trabajo, perdió<br />

poco a poco su i<strong>de</strong>ntidad. Estaba dispuesto a aceptar cualquier ofrecimiento, aunque la<br />

paga resultara ínfima, pues necesitaba con urgencia sentirse útil. Como cesante era un<br />

marginado, un ser anónimo, ignorado por todos porque ya no producía y ésa era la<br />

medida <strong>de</strong>l valor humano en el mundo en que le tocó vivir. En los últimos meses<br />

abandonó sus sueños, renunció a sus metas, acabó consi<strong>de</strong>rándose un paria. Sus hijos<br />

no comprendían su mal humor y su melancolía permanentes, también ellos buscaban<br />

ocupación lavando automóviles, cargando bolsas en el mercado o realizando cualquier<br />

tarea para aliviar el presupuesto familiar. El día que su hijo menor colocó sobre la mesa<br />

<strong>de</strong> la cocina unas monedas ganadas paseando perros <strong>de</strong> ricos por el parque, Javier Leal<br />

se encogió como un animal acosado. <strong>De</strong>s<strong>de</strong> ese momento no volvió a mirar a nadie a los<br />

ojos y se hundió en la <strong>de</strong>sesperanza. Carecía <strong>de</strong> ánimo para vestirse y a menudo<br />

pasaba buena parte <strong>de</strong> la jornada echado sobre la cama. Le temblaban las manos porque

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