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De amor y de muerte

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Francisco Leal también estaba harto, principalmente porque no había visto a Irene en<br />

varios días. Durante toda la semana sus horarios no coincidieron, por eso cuando ella<br />

llamó para anunciar su visita a cenar, él <strong>de</strong>sesperaba por verla.<br />

En casa <strong>de</strong> los Leal prepararon la recepción con esmero.<br />

Hilda cocinó uno <strong>de</strong> sus guisos predilectos y el Profesor compró una botella <strong>de</strong> vino y un<br />

ramo <strong>de</strong> las primeras flores <strong>de</strong> la temporada, porque apreciaba a la muchacha y sentía su<br />

presencia como una limpia brisa que barría el tedio y las preocupaciones. Invitaron<br />

también a sus otros hijos, José y Javier con su familia, porque les gustaba reunirlos al<br />

menos una vez<br />

por semana.<br />

Francisco terminaba <strong>de</strong> revelar un rollo <strong>de</strong> películas en el baño que le servía <strong>de</strong><br />

laboratorio, cuando escuchó llegar a Irene. Colgó las tiras <strong>de</strong> prueba, se secó las manos,<br />

salió cerrando la puerta con llave para preservar su trabajo <strong>de</strong> la curiosidad <strong>de</strong> sus<br />

sobrinos y se apresuró a recibirla. El olor <strong>de</strong> la cocina lo invadió como una caricia.<br />

Escuchó claras voces infantiles y supuso a todos en el comedor. Entonces divisó a su<br />

amiga y se sintió tocado por la fortuna, porque la tela <strong>de</strong> su vestido llevaba margaritas<br />

impresas y en el cabello recogido en una trenza se había prendido las mismas flores. Era<br />

la síntesis <strong>de</strong> su sueño y <strong>de</strong> todos los buenos presagios <strong>de</strong> la astróloga.<br />

Hilda entró al comedor con una humeante fuente en las manos y un coro <strong>de</strong><br />

exclamaciones le dio la bienvenida.<br />

--¡Mondongo!-- suspiró Francisco sin vacilar, pues habría reconocido ese aroma <strong>de</strong><br />

tomate y laurel hasta en las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l mar.<br />

--¡Odio el mondongo! ¡Parece toalla! --gruñó uno <strong>de</strong> los niños.

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