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De amor y de muerte

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oficial y adivinó que no era a causa <strong>de</strong>l esfuerzo, porque el <strong>de</strong>lgado cuerpo <strong>de</strong> la<br />

prisionera pesaba poco para él, gran<strong>de</strong>, musculoso, habituado al ejercicio. Respiraba<br />

como un fuelle porque estaba nervioso. Lo vio <strong>de</strong>jar a la niña sobre la plataforma <strong>de</strong><br />

cemento usada para <strong>de</strong>scargar los bultos y provisiones. Las luces <strong>de</strong> seguridad giraban<br />

toda la noche en lo alto <strong>de</strong> la torre en previsión <strong>de</strong> posibles ataques, iluminando al pasar<br />

el rostro infantil <strong>de</strong> Evangelina. Tenía los ojos cerrados, pero tal vez vivía, porque al<br />

Sargento le pareció que se quejaba.<br />

El Teniente se dirigió a la camioneta blanca, subió al asiento <strong>de</strong>l chofer y puso el motor en<br />

marcha, retrocediendo con lentitud hacia el sitio don<strong>de</strong> <strong>de</strong>jara a la muchacha. Bajó, la<br />

levantó en sus brazos y la acomodó en la parte posterior <strong>de</strong>l vehículo, justo cuando el<br />

aletazo <strong>de</strong>l reflector barría la escena.<br />

Antes <strong>de</strong> que el oficial la tapara con una lona, Faustino Rivera observó a Evangelina<br />

echada <strong>de</strong> lado, con la cara cubierta por sus cabellos y los pies <strong>de</strong>snudos asomados<br />

entre los flecos <strong>de</strong>l poncho. Su superior trotó hacia el edificio, <strong>de</strong>sapareció tras la puerta<br />

<strong>de</strong> la cocina y un minuto más tar<strong>de</strong> regresó con una pala y un chuzo que colocó junto a la<br />

joven. Luego subió a la camioneta y enfiló hacia la salida. El guardia <strong>de</strong>l portón reconoció<br />

a su jefe, lo saludó con rigi<strong>de</strong>z y abrió las pesadas puertas. El vehículo se alejó por la<br />

carretera en dirección al Norte.<br />

El Sargento Faustino Rivera esperó consultando su reloj entre dos cigarrillos, acuclillado<br />

en la sombra <strong>de</strong> la caballeriza. A ratos se movía para <strong>de</strong>sentumecer las piernas y en un<br />

momento, vencido por el sueño, cabeceó apoyado contra la pared. <strong>De</strong>s<strong>de</strong> allí podía ver la<br />

caseta <strong>de</strong>l guardia, don<strong>de</strong> el cabo Ignacio Bravo espantaba el aburrimiento<br />

masturbándose, sin sospechar su presencia cercana. Al amanecer bajó la temperatura y<br />

el frío <strong>de</strong>spabiló su somnolencia. Eran las seis y el horizonte ya estaba teñido por la<br />

aurora, cuando regresó la camioneta.

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