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calentaba agua. Era el único sitio privado e íntimo <strong>de</strong> la revista. En un rincón había un<br />
diván olvidado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> épocas lejanas. Se trataba <strong>de</strong> un mueble gran<strong>de</strong>, forrado en<br />
brocado rojo, saturado <strong>de</strong> heridas por don<strong>de</strong> aparecían sus resortes oxidados<br />
<strong>de</strong>sentonando con su dignidad <strong>de</strong> fin <strong>de</strong> siglo. Lo utilizaban en caso <strong>de</strong> jaqueca, para<br />
llorar males <strong>de</strong> <strong>amor</strong> y otras penas menores o simplemente para <strong>de</strong>scansar si aumentaba<br />
<strong>de</strong>masiado la presión <strong>de</strong>l trabajo. Allí estuvo a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sangrarse una secretaria a<br />
causa <strong>de</strong> un malhadado aborto, allí se <strong>de</strong>clararon su pasión los ayudantes <strong>de</strong> Mario y allí<br />
mismo éste los sorprendió sin pantalones sobre el <strong>de</strong>steñido tapiz obispal. En ese diván<br />
se recostaron Irene y Francisco cubiertos por sus abrigos. Ella se durmió <strong>de</strong> inmediato,<br />
pero él estuvo <strong>de</strong>spierto hasta la mañana, atormentado por emociones contradictorias. No<br />
<strong>de</strong>seaba aventurarse en una relación que sin duda sacudiría los cimientos <strong>de</strong> su vida con<br />
una mujer que se encontraba al otro lado <strong>de</strong>l cerco. Se sentía irremediablemente atraído<br />
hacia ella, en su presencia se exacerbaban todos sus sentidos y su espíritu se llenaba <strong>de</strong><br />
alegría. Irene lo divertía, lo fascinaba. Bajo su apariencia voluble, inconsciente y hasta<br />
candorosa, se encontraba su esencia sin mácula como el corazón <strong>de</strong> un fruto aguardando<br />
su tiempo <strong>de</strong> maduración. Pensó también en Gustavo Morante y su papel en el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong><br />
Irene. Temió que la joven lo rechazara y no quiso arriesgar su amistad. Las palabras una<br />
vez dichas no pue<strong>de</strong>n borrarse. Recordando más tar<strong>de</strong> sus sentimientos durante aquella<br />
noche inolvidable, llegó a la conclusión <strong>de</strong> que no se atrevió a insinuar su <strong>amor</strong> pues<br />
Irene no compartía su zozobra. Se durmió tranquila en sus brazos y no pasó por su<br />
mente la sospecha <strong>de</strong> haber conmovido profundamente a Francisco.<br />
Ella vivía su amistad con frescura, sin asomo <strong>de</strong> atracción <strong>amor</strong>osa y él prefirió no<br />
violentarla a la espera <strong>de</strong> que el <strong>amor</strong> la ocupara suavemente, tal como le había ocurrido<br />
a él. La sentía enrollada sobre el diván, respirando apaciblemente en el sueño, la larga<br />
cabellera como un arabesco oscuro cubriendo su cara y sus hombros. Permaneció<br />
inmóvil controlando hasta el aire que inhalaba para ocultarle su palpitante y terrible<br />
excitación. Por una parte lamentaba haber aceptado ese tácito pacto <strong>de</strong> hermandad que<br />
ataba sus manos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía meses y quería lanzarse como un <strong>de</strong>sesperado a la<br />
conquista <strong>de</strong> su cuerpo, y por otro reconocía la necesidad <strong>de</strong> controlar una emoción que<br />
podría apartarlo <strong>de</strong> los propósitos que gobernaba esa etapa <strong>de</strong> su vida. Acalambrado por