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Como muchos otros durante el gobierno anterior, Beatriz Alcántara había salido a la calle<br />
golpeando cacerolas en señal <strong>de</strong> protesta. Propició el Golpe Militar porque le parecía mil<br />
veces preferible a un régimen socialista y cuando bombar<strong>de</strong>aron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el aire el antiguo<br />
Palacio <strong>de</strong> los Presi<strong>de</strong>ntes, ella <strong>de</strong>scorchó una botella <strong>de</strong> champaña para celebrarlo.<br />
Ardía <strong>de</strong> fervor patriótico, pero su entusiasmo no le alcanzó para donar sus joyas al fondo<br />
<strong>de</strong> reconstrucción nacional, pues temió verlas adornando a las esposas <strong>de</strong> coroneles,<br />
como rumoreaban las malas lenguas. Se acomodó al nuevo sistema como si hubiera<br />
nacido en él y aprendió a no mencionar lo que era mejor no saber. La ignorancia le<br />
resultaba indispensable para la paz <strong>de</strong>l alma. Esa noche nefasta en la clínica, Francisco<br />
estuvo a punto <strong>de</strong> hablarle <strong>de</strong> Evangelina Ranquileo, los muertos <strong>de</strong> Los Riscos, los<br />
millares <strong>de</strong> víctimas y su propia hija, pero tuvo lástima. No quiso aprovechar ese<br />
momento en el cual se encontraba convulsionada, para <strong>de</strong>strozarle los esquemas que<br />
hasta entonces la sostuvieron. Se limitó a preguntar por Irene por sus años <strong>de</strong> infancia y<br />
adolescencia, complaciéndose en las pequeñas anécdotas, solicitando <strong>de</strong>talles mínimos,<br />
con la curiosidad <strong>de</strong> los en<strong>amor</strong>ados por todo lo que atañe al escogido.<br />
Hablaron <strong>de</strong>l pasado y entre confi<strong>de</strong>ncias y lágrimas transcurrieron las horas.<br />
Dos veces durante aquella noche <strong>de</strong> tormentos estuvo Irene tan cerca <strong>de</strong> la <strong>muerte</strong>, que<br />
<strong>de</strong>volverla al mundo <strong>de</strong> los vivos fue una proeza. Mientras los médicos se afanaban a su<br />
alre<strong>de</strong>dor para reactivar su corazón con <strong>de</strong>scargas eléctricas, Francisco Leal sintió que se<br />
le iba la razón y retrocedía a la edad más antigua, la caverna, la oscuridad, la ignorancia,<br />
el terror. Vio fuerzas maléficas arrastrando a Irene hacia las sombras y pensó,<br />
<strong>de</strong>sesperado, que sólo la magia, el azar o una intervención divina impedirían su <strong>muerte</strong>.<br />
<strong>De</strong>seó rezar, pero las palabras aprendidas en la infancia <strong>de</strong> boca <strong>de</strong> su madre no<br />
acudieron a su memoria. <strong>De</strong>squiciado, intentó rescatarla mediante la fuerza <strong>de</strong> su pasión.<br />
Exorcizó a la fatalidad con el recuerdo <strong>de</strong> su goce, oponiendo a las tinieblas <strong>de</strong> la agonía<br />
la luz <strong>de</strong> su encuentro. Rogó por un milagro, para que su propia salud, su sangre y su<br />
alma pasaran a ella y la ayudaran a vivir. Repitió su nombre mil veces suplicándole no<br />
darse por vencida y seguir luchando, le habló en secreto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el banco <strong>de</strong>l pasillo, lloró<br />
abiertamente y se sintió agobiado por el peso <strong>de</strong> siglos esperándola, buscándola,