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De amor y de muerte

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otras mujeres <strong>de</strong> la casa, mientras los clientes aguardaban con paciencia y hasta<br />

aceptaban participar en la entrevista, siempre que respetaran su anonimato.<br />

Francisco no tenía el hábito <strong>de</strong> formular preguntas íntimas fuera <strong>de</strong> su consultorio y sin<br />

fines terapéuticos, por eso se sorprendió cuando Irene Beltrán llevó a cabo un extenso<br />

interrogatorio: cuántos hombres por noche, cuál era el monto <strong>de</strong> ingresos, las tarifas<br />

especiales para escolares y ancianos, tristezas y atropellos, la edad <strong>de</strong> retiro y a cuánto<br />

asendía el porcentaje <strong>de</strong> los cafiches y policías. En sus labios la investigación adquiría<br />

una alba pátina <strong>de</strong> inocencia. Al concluir su trabajo estaba en muy buenos términos con<br />

las damas <strong>de</strong> la noche y su amigo temió que <strong>de</strong>cidiera trasladarse a vivir al Mandarín<br />

Chino. Más tar<strong>de</strong> supo que siempre actuaba así, poniendo el alma en todo lo que hacía.<br />

En los meses siguientes la vio a punto <strong>de</strong> adoptar una criatura cuando hizo una encuesta<br />

sobre huérfanos, lanzarse <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un avión siguiendo a unos paracaidistas y <strong>de</strong>smayarse<br />

<strong>de</strong> terror en una mansión espirituada don<strong>de</strong> anteriormente pa<strong>de</strong>cieran horas <strong>de</strong> espanto.<br />

<strong>De</strong>s<strong>de</strong> esa noche la acompañó en casi todos sus pasos como periodista. Las fotografías<br />

ayudaron al presupuesto <strong>de</strong> los Leal y significaron un cambio en la existencia <strong>de</strong><br />

Francisco, que se enriqueció con nuevas andanzas. En contraste con la frivolidad y el<br />

brillo efímero <strong>de</strong> la revista, estaba la áspera realidad <strong>de</strong>l consultorio en la población <strong>de</strong> su<br />

hermano José, don<strong>de</strong> atendía tres veces por semana a los más <strong>de</strong>sesperados, con la<br />

sensación <strong>de</strong> ayudar muy poco, porque no existía consuelo para tanta miseria. Nadie en<br />

la editorial sospechó <strong>de</strong>l nuevo fotógrafo. Parecía un hombre tranquilo. Ni siquiera Irene<br />

supo <strong>de</strong> su vida secreta, aunque algunos indicios leves estimulaban su curiosidad. Sería<br />

mucho más tar<strong>de</strong>, al cruzar la frontera <strong>de</strong> las sombras, cuando <strong>de</strong>scubrió la otra cara <strong>de</strong><br />

ese amigo suave y <strong>de</strong> pocas palabras. En los meses siguientes se estrechó su relación.<br />

No podían prescindir uno <strong>de</strong>l otro, se habituaron a estar juntos en el trabajo y en el tiempo<br />

libre, inventando diversos pretextos para no separarse. Compartían los días sorprendidos<br />

<strong>de</strong> la suma <strong>de</strong> sus encuentros. Amaban la misma música, leían los mismos poetas,<br />

preferían el vino blanco seco, reían al unísono, se conmovían por iguales injusticias y se<br />

sonrojaban ante los mismos bochornos. A Irene le extrañaba que Francisco<br />

<strong>de</strong>sapareciera a veces por uno o más días, pero él eludió las explicaciones y ella tuvo que

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