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De amor y de muerte

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La proximidad <strong>de</strong> Michel excitaba a Beatriz hasta el extremo <strong>de</strong> hacerla olvidar todas sus<br />

preocupaciones. Ese hombre tenía la facultad sobrenatural <strong>de</strong> borrar con sus besos a los<br />

ancianos <strong>de</strong>crépitos <strong>de</strong> “La Voluntad <strong>de</strong> Dios”, las extravagancias <strong>de</strong> su hija y las<br />

dificulta<strong>de</strong>s económicas. Junto a él sólo existía el presente. Aspiraba su aroma <strong>de</strong> animal<br />

joven, su limpio aliento, el sudor <strong>de</strong> su piel lisa, el rastro salobre <strong>de</strong> mar en su cabello.<br />

Palpaba su cuerpo, el vello áspero <strong>de</strong>l pecho, la suavidad <strong>de</strong> sus mejillas recién<br />

afeitadas, la fuera <strong>de</strong> su abrazo, la firmeza renovada <strong>de</strong> su sexo. Nunca antes fue amada<br />

ni poseída así. La relación con su marido estuvo teñida <strong>de</strong> rencores acumulados y<br />

rechazos involuntarios y sus amantes ocasionales eran hombres mayores que suplían su<br />

falta <strong>de</strong> vigor con artes <strong>de</strong> simulación. No <strong>de</strong>seaba recordar sus cabellos ralos, sus<br />

cuerpos flácidos, sus olores pernicioso <strong>de</strong> tabaco y licor, sus penes esforzados, sus<br />

regalos mezquinos, sus promesas inútiles. Michel no mentía. Nunca le dijo te amo, sino<br />

me gustas, me siento bien a tu lado, quiero hace el <strong>amor</strong> contigo. Era pródigo en la cama,<br />

ocupado <strong>de</strong> brindarle alegría, satisfacer sus caprichos, inventarle nuevas urgencias.<br />

Michel representaba el lado oculto y más luminoso <strong>de</strong> su existencia. Era imposible<br />

compartir ese secreto, porque nadie habría comprendido su pasión por un hombre tanto<br />

menor. Podía imaginar los comentarios entre sus amista<strong>de</strong>s: Beatriz perdió el juicio por<br />

un muchacho, un extranjero que seguramente la explota y la <strong>de</strong>spojará <strong>de</strong> todo su dinero,<br />

<strong>de</strong>bería sentir vergüenza a su edad. Nadie creería en la ternura y la risa compartidas, en<br />

su amistad, en que él jamás pedía nada y no aceptaba obsequios. Se reunían un par <strong>de</strong><br />

veces al año en cualquier punto <strong>de</strong>l mapa para vivir unos días <strong>de</strong> ilusión y regresar luego<br />

con el cuerpo agra<strong>de</strong>cido y el alma alborozada. Beatriz Alcántara retomaba las riendas <strong>de</strong><br />

su trabajo, asumía sus cargas y volvía a las relaciones elegantes con sus pretendientes<br />

habituales, viudos, divorciados, maridos infieles, seductores endémicos que la<br />

agasajaban con sus atenciones sin rozar su corazón.<br />

Cruzó la puerta vidriada que separaba el sector restringido <strong>de</strong>l aeropuerto y al otro lado<br />

vio a su hija confundida con la muchedumbre. La acompañaba ese fotógrafo que en los<br />

últimos meses no se separaba <strong>de</strong> ella, ¿cómo se llamaba? No pudo impedir una mueca

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