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De amor y de muerte

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que hacer, ese <strong>amor</strong> estaba muerto y enterrado. Le sudaba las manos cuando puso sus<br />

paquetes sobre la mesa <strong>de</strong> la sala preguntó si aquella <strong>de</strong>cisión era <strong>de</strong>finitiva, escuchó la<br />

respuesta y se marchó sin mirar hacia atrás y sin averiguar el nombre <strong>de</strong> su rival, como si<br />

en el fondo supiera que no podía ser sino Francisco Leal. Estoy amando a otro, fue todo<br />

lo que dijo Irene y <strong>de</strong>be haber sido suficiente, porque bastó para hacer trizas un noviazgo<br />

que duraba no me acuerdo cuántos años. Estoy amando a otro, dijo mi niña, y sus ojos<br />

brillaron con una luz que nunca antes vi en ellos.<br />

Al cabo <strong>de</strong> una semana la noticia <strong>de</strong> Los Riscos había cedido su lugar a otras, barrida por<br />

el afán <strong>de</strong> alimentar la curiosidad <strong>de</strong>l público con tragedias nuevas. Tal como pronosticó<br />

el General, el escándalo empezaba a olvidarse, ya no ocupaba la primera página <strong>de</strong> los<br />

periódicos y sólo aparecía en algunas revistas opositoras <strong>de</strong> circulación restringida. Así<br />

las cosas, Irene <strong>de</strong>cidió buscar pruebas y agregar <strong>de</strong>talles al caso para mantener vivo el<br />

interés con la esperanza <strong>de</strong> que el cl<strong>amor</strong> popular fuera más fuerte que el miedo. Señalar<br />

a los asesinos y encontrar los nombres <strong>de</strong> los cadáveres se convirtió para ella en una<br />

obsesión. Sabía que un paso en falso o un revés <strong>de</strong> la suerte bastarían para acabar con<br />

su vida, pero estaba resuelta a impedir que los crímenes fueran borrados por el silencio<br />

<strong>de</strong> la censura y la complicidad <strong>de</strong> los jueces. A pesar <strong>de</strong> la promesa hecha a Francisco <strong>de</strong><br />

permanecer en la sombra, se sintió atrapada en su propia exaltación.<br />

Cuando Irene llamó al Sargento Faustino Rivera para invitarlo a almorzar con el pretexto<br />

<strong>de</strong> un reportaje sobre acci<strong>de</strong>ntes en las carreteras, conocía sus riesgos, por lo mismo<br />

partió sin advertir a nadie, con la sensación <strong>de</strong> dar un paso temerario, pero ineludible. La<br />

larga pausa <strong>de</strong>l Sargento al respon<strong>de</strong>r en el teléfono, puso en claro que sospechaba que<br />

era sólo una excusa para abordar otros temas, pero también para él los muertos <strong>de</strong> la<br />

mina constituían una pesadilla y <strong>de</strong>seaba compartirla.<br />

Se citaron a dos cuadras <strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong>l pueblo, en el mismo parador don<strong>de</strong> antes se<br />

encontraran. El olor a carbón y carne asada invadía las calles adyacentes. En la puerta,<br />

amparado bajo un alero <strong>de</strong> tejas, el Sargento esperaba vestido <strong>de</strong> civil. Irene tuvo alguna<br />

dificultad en reconocerlo, pero él la recordaba con precisión e hizo el primer gesto <strong>de</strong>

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