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De amor y de muerte

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conformó con hacer <strong>de</strong> payaso. Su vida, igual a la <strong>de</strong> cualquier campesino, se regía por el<br />

estado <strong>de</strong> las lluvias y la luz <strong>de</strong>l sol.<br />

Durante los meses fríos y húmedos, a los circos pobres no les sonríe la fortuna y él<br />

hibernaba en su hogar, pero con el <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong> la primavera <strong>de</strong>cía adiós a los suyos y<br />

partía sin escrúpulos, <strong>de</strong>jando a su mujer a cargo <strong>de</strong> los hijos y las faenas <strong>de</strong>l campo. Ella<br />

dirigía mejor esos asuntos, porque llevaba en sus venas la experiencia <strong>de</strong> varias<br />

generaciones. La única vez que él fue al pueblo con el dinero <strong>de</strong> la cosecha a comprar<br />

ropa y provisiones para el año, se emborrachó y le robaron todo. Durante meses faltó el<br />

azúcar en la mesa <strong>de</strong> los Ranquileo y ninguno tuvo zapatos nuevos, <strong>de</strong> ahí su confianza<br />

para <strong>de</strong>legar las activida<strong>de</strong>s comerciales en su esposa. Ella también lo prefería así.<br />

<strong>De</strong>s<strong>de</strong> el comienzo <strong>de</strong> su existencia <strong>de</strong> casada se echó encima la responsabilidad <strong>de</strong> la<br />

familia y la labranza.<br />

Era usual verla inclinada en la artesa o en el surco <strong>de</strong>l arado ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> un enjambre <strong>de</strong><br />

chiquillos <strong>de</strong> diversas eda<strong>de</strong>s colgando <strong>de</strong> sus faldas. <strong>De</strong>spués creció Pra<strong>de</strong>lio y ella<br />

pensó que la auxiliaría en tanto quehacer, pero su hijo a los quince años era el mocetón<br />

más alto y fornido jamás visto por allí, por eso a todos pareció natural que luego <strong>de</strong><br />

cumplir el servicio militar ingresara en la policía.<br />

Cuando caían las primeras lluvias, Digna Ranquileo movía su silla al corredor y se<br />

instalaba a otear el recodo <strong>de</strong>l camino.<br />

Sus manos siempre ocupadas tejían cestos <strong>de</strong> mimbre o ajustaban la ropa <strong>de</strong> los niños,<br />

mientras sus ojos atentos se distraían <strong>de</strong> vez en cuando para observar el sen<strong>de</strong>ro. <strong>De</strong><br />

pronto, un día cualquiera aparecía la pequeña figura <strong>de</strong> Hipólito con su maleta <strong>de</strong> cartón.<br />

Ahí estaba el mismo <strong>de</strong> sus nostalgias, materializado al fin, aproximándose a pasos cada<br />

año más lentos, pero siempre tierno y burlón. El corazón <strong>de</strong> Digna daba un vuelco, tal<br />

como le ocurrió la primera vez muchos años antes, cuando lo conoció en la boletería <strong>de</strong><br />

un circo ambulante, con su raída librea ver<strong>de</strong> y oro y la exaltada expresión <strong>de</strong> sus ojos<br />

negros, incitando al público a entrar al espectáculo. Tenía entonces un rostro agradable,

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