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De amor y de muerte

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había recorrido, que podía dibujarla <strong>de</strong> memoria y estaba seguro <strong>de</strong> que hasta el final <strong>de</strong><br />

su vida podría evocar esa suave y firme geografía; pero cada vez que la tenía entre sus<br />

brazos, lo embargaba la misma emoción sofocada <strong>de</strong>l primer encuentro.<br />

Al día siguiente Irene amaneció <strong>de</strong> tan buen ánimo como si hubiera pasado la noche<br />

retozando, pero toda su buena voluntad no fue suficiente para disimular el color <strong>de</strong> cera<br />

<strong>de</strong> su piel y los círculos <strong>de</strong> enferma alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los ojos. Francisco le sirvió un <strong>de</strong>sayuno<br />

abundante, a ver si recuperaba un poco las fuerzas, pero ella casi no lo probó. Estaba<br />

mirando por la ventana y sacando la cuenta <strong>de</strong> que la primavera se había terminado.<br />

<strong>De</strong>spués <strong>de</strong> haber estado tanto tiempo en los territorios <strong>de</strong> la <strong>muerte</strong>, la vida había<br />

adquirido para ella otro valor. Percibía maravillada los contornos <strong>de</strong>l mundo y agra<strong>de</strong>cía<br />

las pequeñas cosas <strong>de</strong> cada día.<br />

Temprano, porque tendrían que hacer muchas horas <strong>de</strong> viaje, subieron al coche y<br />

partieron. Atravesaron un pueblo borracho <strong>de</strong> luz, cruzado por las carretas <strong>de</strong> verduras,<br />

los ven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> chucherías, las bicicletas y los <strong>de</strong>startalados autobuses cargados<br />

hasta el techo. Sonaron las campanas <strong>de</strong> la parroquia y dos viejas ataviadas <strong>de</strong> negro<br />

avanzaron por la calle con sus velos póstumos y sus libros <strong>de</strong> viuda. Una fila <strong>de</strong> escolares<br />

pasó con su maestra rumbo a la plaza cantando caballito blanco llévame <strong>de</strong> aquí, llévame<br />

a mi tierra, don<strong>de</strong> yo nací. En el aire on<strong>de</strong>aban un olor <strong>de</strong>licado <strong>de</strong> pan recién horneado y<br />

un coro <strong>de</strong> cigarras y zorzales. Todo se veía limpio, or<strong>de</strong>nado, tranquilo, las gentes<br />

ocupadas en sus labores cotidianas en un clima <strong>de</strong> paz. Por un momento dudaron <strong>de</strong> su<br />

cordura. Tal vez eran víctimas <strong>de</strong> un <strong>de</strong>lirio, <strong>de</strong> una atroz fantasía y en realidad ningún<br />

peligro los amenazaba. Se preguntaron si no estarían huyendo <strong>de</strong> sus propias sombras.<br />

Pero entonces palparon los documentos falsos quemando en sus bolsillos, vieron sus<br />

rostros transformados y recordaron el cl<strong>amor</strong> <strong>de</strong> la mina. No estaban <strong>de</strong>mentes. Era el<br />

mundo el que se había trastornado.<br />

Tantas horas rodaron por esos caminos eternos, que perdieron la capacidad <strong>de</strong> ver el<br />

paisaje y al final <strong>de</strong>l día todo les parecía igual. Se sentían como un par <strong>de</strong> náufragos<br />

astrales.

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