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temblando agazapados en el suelo. El oficial intentó ponerse en pie, pero ella le propinó<br />
unos cuantos golpes certeros en la nuca y lo <strong>de</strong>jó allí sentado, le mandó algunas patadas<br />
sin rabia, ignorando a los guardias que la ro<strong>de</strong>aban apuntándola con sus armas pero sin<br />
atreverse a disparar, paralizados por el asombro. La muchacha agarró la metralleta que<br />
Ramírez mantenía abrazada contra el pecho y la tiró lejos. Cayó en un barrial don<strong>de</strong> se<br />
hundió frente al hocico impasible <strong>de</strong> un puerco, que la husmeó antes <strong>de</strong> verla<br />
<strong>de</strong>saparecer tragada por la porquería.<br />
En ese momento Francisco Leal adquirió conciencia <strong>de</strong> la situación y recordó sus<br />
estudios <strong>de</strong> psicología. Se aproximó a Evangelina Ranquileo y con suavidad, pero<br />
también con firmeza, le dio un par <strong>de</strong> toques en el hombro llamándola por su nombre. La<br />
joven pareció volver <strong>de</strong> un largo viaje sonámbulo.<br />
Bajó la cabeza, sonrió con timi<strong>de</strong>z y fue a sentarse bajo el parrón, mientras los<br />
uniformados corrían a recuperar la metralleta, a limpiarle el barro, a buscar el casco, a<br />
socorrer a su superior, ponerlo <strong>de</strong> pie, sacudirle la ropa, ¿cómo se siente mi Teniente? Y<br />
el oficial pálido, trémulo, los apartó a manotazos, se colocó el casco y empuñó su arma,<br />
sin encontrar en todo su vasto repertorio <strong>de</strong> violencias la más a<strong>de</strong>cuada para esa<br />
ocasión.<br />
Inmóviles, aterrorizados, todos esperaron algo atroz, alguna tenebrosa locura o flagelo<br />
final que acabara con ellos, los alinearan contra la pared y los fusilaran sin más trámite o,<br />
por lo menos, los subieran a culatazos al camión y los hicieran <strong>de</strong>saparecer en algún<br />
barranco <strong>de</strong> las montañas. Pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una larguísima vacilación, el Teniente Juan<br />
<strong>de</strong> Dios Ramírez dio media vuelta y se dirigió a la salida.<br />
--¡Retirarse, huevones!--gritó y sus hombres lo siguieron.<br />
Pra<strong>de</strong>lio Ranquileo, el hermano mayor <strong>de</strong> Evangelina, <strong>de</strong>sencajado y con una expresión<br />
<strong>de</strong> estupor en su rostro moreno, fue el último en obe<strong>de</strong>cer y sólo reaccionó al escuchar el<br />
motor <strong>de</strong>l camión. Corriendo trepó en la parte trasera junto a sus compañeros. Entonces