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De amor y de muerte

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Irene esperó que diera media vuelta y apagó la grabadora disimulada en su bolso sobre la<br />

silla. Arrojó los últimos trozos <strong>de</strong> carne a la gata, pensando en Gustavo Morante y<br />

preguntándose si alguna vez su novio habría tenido que cruzar un patio con el arma en la<br />

mano para dar un tiro <strong>de</strong> gracia a un prisionero. Rechazó esas imágenes con<br />

<strong>de</strong>sesperación, tratando <strong>de</strong> evocar el rostro rasurado y los claros ojos <strong>de</strong> Gustavo, pero<br />

sólo acudió a su mente el perfil <strong>de</strong> Francisco Leal cuando inclinaba a su lado en la mesa<br />

<strong>de</strong> trabajo su negra mirada brillando <strong>de</strong> comprensión, el rictus infantil <strong>de</strong> su boca al<br />

sonreír y el otro gesto, apretado y duro, cuando lo golpeaba la evi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> la maldad<br />

ajena.<br />

“La Voluntad <strong>de</strong> Dios” estaba profusamente iluminada, las cortinas <strong>de</strong> los salones abiertas<br />

y música en el aire, porque era día <strong>de</strong> visita y acudían los parientes y amigos <strong>de</strong> los<br />

ancianos a cumplir con una cita misericordiosa. <strong>De</strong> lejos la planta baja parecía un<br />

transatlántico anclado por error entre jardines. Los huéspe<strong>de</strong>s y sus visitantes paseaban<br />

por cubierta tomando el fresco <strong>de</strong> la noche o <strong>de</strong>scansando en las poltronas <strong>de</strong> la terraza<br />

cual fantasmas <strong>de</strong>slucidos, almas <strong>de</strong> otro tiempo, hablando solos, algunos masticando el<br />

aire, otros tal vez recordando años lejanos o buscando en su memoria los nombres <strong>de</strong><br />

sus contertulios y <strong>de</strong> los hijos y nietos ausentes. A esa edad el recuento <strong>de</strong>l pasado es<br />

como internarse en un laberinto y a veces no se consigue reconocer un lugar, un suceso,<br />

un ser querido y situarlo en la niebla. Las cuidadoras uniformadas circulaban silenciosas<br />

arropando piernas lacias, distribuyendo píldoras nocturnas, sirviendo tisanas a los<br />

pensionistas y refrescos a los <strong>de</strong>más. <strong>De</strong> invisibles parlantes escapaban los acor<strong>de</strong>s<br />

juveniles <strong>de</strong> una mazurca <strong>de</strong> Chopin sin relación alguna con el lento ritmo interior <strong>de</strong> los<br />

habitantes <strong>de</strong> la casa.<br />

La perra saltó con alegría cuando Francisco e Irene entraron al jardín.<br />

--Cuidado, no pises la mata <strong>de</strong> nomeolvi<strong>de</strong>s-- recomendó ella invitando a su amigo a<br />

abordar la nave y conduciéndolo hacia los viajeros <strong>de</strong>l pasado.

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