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De amor y de muerte

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--Mi madre anda <strong>de</strong> viaje, así es que cenaremos solos-- dijo Irene conduciendo a<br />

Francisco al segundo piso por la escalera interior.<br />

La planta alta se encontraba en penumbra y silenciosa porque hasta allí no llegaban las<br />

luces <strong>de</strong>l primer piso. Y ya no se oían los parlantes <strong>de</strong> “La Voluntad <strong>de</strong> Dios”. A esa hora<br />

los visitantes se retiraban, los huéspe<strong>de</strong>s volvían a sus habitaciones y el sosiego <strong>de</strong> la<br />

noche se instalaba en la casa con sus sombras peculiares. Rosa, gorda y magnífica, los<br />

recibió en el vestíbulo con su ancha sonrisa. Sentía <strong>de</strong>bilidad por ese joven moreno que<br />

la saludaba con entusiasmo, le hacía bromas y era capaz <strong>de</strong> rodar por el suelo abrazado<br />

a la perra. Lo sentía mucho más próximo y familiar que Gustavo Morante, aunque sin<br />

duda no era un buen partido para su niña. En los meses que lo conocía nunca le vio otro<br />

pantalón que ese gris <strong>de</strong> pana y los mismos zapatos con suela <strong>de</strong> goma, una lástima.<br />

Bien vestido bien recibido, pensaba, pero en seguida corregía con el proverbio contrario:<br />

el hábito no hace al monje.<br />

--Encien<strong>de</strong> las luces, Irene-- recomendó antes <strong>de</strong> zambullirse en la cocina.<br />

La sala estaba <strong>de</strong>corada con sobriedad, tapices persas, cuadros mo<strong>de</strong>rnos y algunos<br />

libros <strong>de</strong> arte en estratégico <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n. Los muebles parecían cómodos y la profusión <strong>de</strong><br />

plantas daban frescura al ambiente. Francisco se instaló en el sofá pensando en la casa<br />

<strong>de</strong> sus padres, don<strong>de</strong> el único lujo era un aparato <strong>de</strong> música, mientras Irene <strong>de</strong>scorchaba<br />

una botella <strong>de</strong> vino rosado.<br />

--¿Qué celebramos?--preguntó él.<br />

--La suerte <strong>de</strong> estar vivos--replicó su amiga sin sonreír.<br />

La observó en silencio confirmando que algo había cambiado en ella. La vio servir las<br />

copas con mano vacilante, un gesto triste en el rostro <strong>de</strong>snudo <strong>de</strong> maquillaje. Con la<br />

intención <strong>de</strong> ganar tiempo e indagar en su ánimo, Francisco hurgo entre los discos y<br />

seleccionó un viejo tango. Lo colocó en el tocadiscos y la voz inconfundible <strong>de</strong> Gar<strong>de</strong>l les

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