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De amor y de muerte

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ponche y abrían sus obsequios con <strong>de</strong>dos titubeantes, mientras Margarita Gautier, <strong>de</strong><br />

golpe envejecida cien años, buscaba a su Armando Duval sosteniendo en una mano un<br />

abanico <strong>de</strong> plumas y en la otra un pastel <strong>de</strong> crema. Fantasmas que se <strong>de</strong>slizaban entre<br />

las sillas y vagaban por los sen<strong>de</strong>ros orillados <strong>de</strong> macrocarpa, el perfume intenso <strong>de</strong> los<br />

jazmines, el resplandor amarillo <strong>de</strong> las lámparas, todo contribuía a una sensación <strong>de</strong><br />

ensueño. El aire <strong>de</strong> la noche parecía saturado <strong>de</strong> presagios.<br />

Irene buscó a su amigo y al divisarlo se aproximó sonriendo. Entonces notó la expresión<br />

<strong>de</strong> su cara e intuyó las emociones que lo embargaban. Apoyó la frente en el pecho <strong>de</strong><br />

Francisco y su cabello indómito le acarició la boca.<br />

--¿Qué estás pensando?<br />

El pensaba en sus padres. <strong>De</strong>ntro <strong>de</strong> algunos años alcanzarían la edad <strong>de</strong> los huéspe<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> “La Voluntad <strong>de</strong> Dios” que como ellos, habían traído hijos al mundo y trabajado sin<br />

tregua para darles apoyo. Nunca soñaron terminar sus días y esperar la <strong>muerte</strong> atendidos<br />

por manos mercenarias. Los Leal vivían en tribu <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre, compartiendo pobreza,<br />

alegría sufrimiento y esperanza, ligados por lazos <strong>de</strong> sangre y <strong>de</strong> responsabilidad.<br />

Quedaban aún muchas familias así; tal vez los ancianos que esa noche presenciaron el<br />

acto <strong>de</strong> Josefina Bianchi no se diferenciaban <strong>de</strong> sus padres, sin embargo, estaban solos.<br />

Eran las víctimas olvidadas <strong>de</strong>l viento que dispersó a las gentes en todas direcciones, los<br />

rezagados <strong>de</strong> la diáspora, los que quedaban atrás sin espacio propio, sin un sitio en los<br />

nuevos tiempos. No conservaban nietos cerca para cuidar o ver crecer, hijos para ayudar<br />

en la tarea <strong>de</strong> vivir, no tenían un jardín para plantar semillas ni un canario que cantara al<br />

atar<strong>de</strong>cer. Su ocupación era evitar la <strong>muerte</strong> pensando siempre en ella, anticipándola,<br />

temiéndola.<br />

Francisco juró para sus a<strong>de</strong>ntros que eso jamás ocurriría con sus padres. Repitió la<br />

promesa en voz alta con los labios ocultos en el cabello <strong>de</strong> Irene.

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