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De amor y de muerte

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cliente. Con algo <strong>de</strong> suerte tendría la renta asegurada por unos meses más, puesto que<br />

incluso el enfermo postrado podría sobrevivir todo el verano.<br />

<strong>De</strong>s<strong>de</strong> su observatorio, Beatriz divisó a su hija Irene entrando al jardín <strong>de</strong> “La Voluntad <strong>de</strong><br />

Dios”. Comprobó con fastidio que no utilizaba la puerta lateral <strong>de</strong> acceso al patio privado y<br />

a la escalera <strong>de</strong> la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l segundo piso, don<strong>de</strong> habían instalado su vivienda. Hizo<br />

construir especialmente una entrada separada para no pasar por el hogar geriátrico<br />

cuando llegaba o salía <strong>de</strong> su casa, porque la <strong>de</strong>crepitud la <strong>de</strong>primía y prefería vigilarla <strong>de</strong><br />

lejos. Su hija, en cambio, no perdía ocasión <strong>de</strong> visitar a los huéspe<strong>de</strong>s como si sintiera<br />

placer en su compañía. Parecía haber <strong>de</strong>scubierto un lenguaje para vencer la sor<strong>de</strong>ra y la<br />

mala memoria. Ahora circulaba entre ellos repartiendo golosinas blandas en<br />

consi<strong>de</strong>ración a las <strong>de</strong>ntaduras postizas. La vio aproximarse al hemipléjico, mostrarle una<br />

carta, ayudarlo a abrirla porque él no podía hacerlo con su única mano inválida y<br />

permanecer a su lado cuchicheando. <strong>De</strong>spués la muchacha dio un breve paseo con el<br />

otro caballero anciano y aunque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el balcón la madre no oía sus palabras, supuso<br />

que hablaban <strong>de</strong>l hijo, la nuera y el bebé, único tema que a él le interesaba. Irene <strong>de</strong>dicó<br />

a cada uno una sonrisa, una caricia, unos minutos <strong>de</strong> su tiempo, mientras Beatriz<br />

pensaba en el balcón que nunca acabaría <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r a esa joven estrafalaria con quien<br />

tenía tan poco en común. <strong>De</strong> pronto el abuelo erótico se acercó a Irene y le colocó ambas<br />

manos sobre los senos, oprimiéndolos con más curiosidad que lascivia. Ella se <strong>de</strong>tuvo<br />

inmovilizada por unos instantes interminables para su madre, hasta que una <strong>de</strong> las<br />

cuidadoras se dio cuenta <strong>de</strong> la situación y corrió a intervenir. Pero Irene la <strong>de</strong>tuvo con un<br />

gesto.<br />

--Déjelo. No le hace mal a nadie-- sonrió.<br />

Beatriz abandonó su puesto <strong>de</strong> observación mordiéndose los labios. Se dirigió a la cocina<br />

don<strong>de</strong> Rosa, la empleada, picaba las verduras para el almuerzo arrullada por la novela <strong>de</strong><br />

la radio. Tenía la cara redonda, morena. sin edad, vasto el regazo, muelle la barriga,<br />

enormes los muslos. Era tan gorda que no podía cruzar las piernas ni rascarse sola la<br />

espalda. ¿Cómo te limpias el trasero, Rosa?, le preguntaba Irene cuando pequeña,

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