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De amor y de muerte

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sola ventana en toda la construcción. Al frente se extendía un amplio patio limitado por un<br />

parrón sin hojas, como un arabesco <strong>de</strong> ramas secas y torcidas, don<strong>de</strong> asomaban los<br />

primeros brotes presagiando la sombra <strong>de</strong>l verano. Divisaron un pozo, una caseta <strong>de</strong><br />

tablas que parecía una letrina y poco más allá una sencilla edificación cuadrada <strong>de</strong>stinada<br />

a la cocina.<br />

Varios perros <strong>de</strong> diferentes tamaños y pelajes acudieron a recibir a los visitantes ladrando<br />

furiosos. Irene, habituada al trato con los animales, caminaba en medio <strong>de</strong> la jauría<br />

hablando a las bestias como si las conociera <strong>de</strong> siempre.<br />

Francisco, en cambio, se sorprendió recitando para sus a<strong>de</strong>ntros el verso mágico<br />

aprendido en su infancia para conjurar esos peligros: “<strong>de</strong>ténte animal feroz, echa tu rabo<br />

en el suelo, que primero nació Dios, que tú grandísimo perro” pero era evi<strong>de</strong>nte que el<br />

sistema <strong>de</strong> su amiga funcionaba mejor, porque mientras ella avanzaba tranquila, a él lo<br />

ro<strong>de</strong>aron mostrando los colmillos. Estaba dispuesto a repartir patadas entre los calientes<br />

hocicos, cuando apareció un niño <strong>de</strong> cortos años provisto <strong>de</strong> una varilla, quien a gritos<br />

espantó a los guardianes. Al bochinche surgieron <strong>de</strong> la casa otras personas: una mujer<br />

gruesa <strong>de</strong> aspecto tosco y resignado, un hombre con surcos en el rostro semejante a una<br />

castaña <strong>de</strong> invierno y varios niños <strong>de</strong> diversas eda<strong>de</strong>s.<br />

--¿Aquí vive Evangelina Ranquileo?-- preguntó Irene.<br />

--Sí, pero los milagros son al mediodía.<br />

Ella explicó que eran periodistas atraídos por la magnitud <strong>de</strong> los rumores. La familia,<br />

venciendo la timi<strong>de</strong>z, los invitó a entrar en su vivienda <strong>de</strong> acuerdo a la inalterable tradición<br />

hospitalaria <strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong> esa tierra.<br />

Pronto llegaron los primeros visitantes y se instalaron en el patio <strong>de</strong> los Ranquileo. En la<br />

luz <strong>de</strong> la mañana Francisco enfocó a Irene mientras hablaba con la familia, para captarla

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