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uta mala, sin pavimento y llena <strong>de</strong> huecos, por eso regresó con la camioneta mugrienta y<br />
las ruedas embarradas. Supone que el oficial eligió un sitio apropiado para <strong>de</strong>tenerse lo<br />
más cerca posible <strong>de</strong> la mina. No apagó las luces porque necesitaba las dos manos libres<br />
y la linterna le resultaba incómoda.<br />
Fue a la parte trasera, quitó la lona y vio la silueta <strong>de</strong> la muchacha. <strong>De</strong>be haber sonreído<br />
con ese gesto torcido que sus subalternos conocen y temen. Apartó el pelo <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong><br />
Evangelina y pudo apreciar su perfil, el cuello, los hombros los senos <strong>de</strong> colegiala. Le<br />
pareció que a pesar <strong>de</strong> los hematomas y las costras se veía hermosa, como todas las<br />
jóvenes bajo las estrellas. Sintió un calor conocido entre las piernas y respiró<br />
agitadamente, se rió socarrón, qué bestia soy murmuró.<br />
--Disculpe mi franqueza, señorita --se interrumpió Faustino Rivera chupando los últimos<br />
huesos <strong>de</strong>l almuerzo.<br />
El Teniente Juan <strong>de</strong> Dios Ramírez tocó el pecho <strong>de</strong> la joven y tal vez comprobó que aún<br />
respiraba. Tanto mejor para él tanto peor para ella. El Sargento parece estar viendo con<br />
sus propios ojos cuando su superior, maldito sea, sacó el arma y la colocó sobre la caja<br />
<strong>de</strong> herramientas junto a la linterna, se abrió el cinturón <strong>de</strong> cuero y el cierre <strong>de</strong> los<br />
pantalones y se abalanzó sobre ella con una violencia inútil, pues no encontró resistencia.<br />
La penetró apresuradamente, aplastándola contra el piso metálico <strong>de</strong> la camioneta,<br />
estrujando, arañando, mordiendo a la niña perdida bajo la mole <strong>de</strong> sus ochenta kilos, los<br />
correajes <strong>de</strong>l uniforme, las pesadas botas, recuperando así el orgullo <strong>de</strong> macho que ella<br />
le arrebató ese domingo en el patio <strong>de</strong> su casa. Piensa en ello el Sargento Rivera y se<br />
<strong>de</strong>scompone, porque tiene una hija <strong>de</strong> la misma edad <strong>de</strong> Evangelina. Cuando terminó<br />
<strong>de</strong>be haber <strong>de</strong>scansado sobre la prisionera hasta notar que ella no hacía el menor<br />
movimiento, no se quejaba y tenía los ojos abiertos fijos en el cielo, asombrados <strong>de</strong> su<br />
propia <strong>muerte</strong>. Entonces se acomodó la ropa, la tomó por los pies y la haló hasta el suelo.<br />
Buscó la linterna y el arma, dirigió<br />
el haz <strong>de</strong> luz hacia la cabeza, acercó el cañón <strong>de</strong>l revólver y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> quitar el seguro<br />
disparó a quemarropa, recordando aquella mañana lejana en que con un gesto similar dio