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De amor y de muerte

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uscando las salientes <strong>de</strong>l cerro para afirmarse. Ataron las bestias a unos árboles y<br />

comenzaron la ascensión a pie, ayudándose unos a otros por las escarpadas la<strong>de</strong>ras. La<br />

mochila con las latas <strong>de</strong> conserva pesaba como un cañón en los hombros <strong>de</strong> Francisco.<br />

Estuvo a punto <strong>de</strong> exigir a Irene que la cargara unos metros en vista <strong>de</strong> su porfía en<br />

traerla, pero tuvo lástima al verla acezando como moribunda.<br />

Tenía las palmas <strong>de</strong> las manos heridas por las rocas y el pantalón roto en una rodilla,<br />

transpiraba y a cada instante preguntaba cuánto faltaba para llegar. El niño siempre<br />

respondía lo mismo: ahí no más, a la vuelta <strong>de</strong> la loma. Y así continuaron por mucho<br />

tiempo bajo un sol <strong>de</strong>spiadado, cansados y sedientos, hasta que Irene se <strong>de</strong>claró incapaz<br />

<strong>de</strong> dar un solo paso mas.<br />

--La subida no es nada. Espere que le toque bajar--observó Jacinto.<br />

Miraron hacia abajo y ella lanzó un grito. Habían trepado como chivos por una quebrada<br />

cortada a pique, sujetándose <strong>de</strong> cualquier matorral que brotara entre las irregularida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>l terreno. Muy lejos se adivinaban las manchas oscuras <strong>de</strong> los árboles don<strong>de</strong> <strong>de</strong>jaron<br />

las cabalgaduras.<br />

--Jamás podré bajar <strong>de</strong> aquí. Tengo vértigo... --murmuró Irene inclinándose seducida por<br />

el precipicio que se extendía a sus pies.<br />

--Si pudiste subir, también pue<strong>de</strong>s bajar--la sujetó Francisco.<br />

--Animo, señorita, es ahí no más, a la vuelta <strong>de</strong> la loma --añadió el niño.<br />

Irene se vio a sí misma balanceándose en lo alto <strong>de</strong> un cerro, gimiendo <strong>de</strong> pavor, y<br />

entonces triunfó su capacidad para burlarse <strong>de</strong> todo. Hizo acopio <strong>de</strong> fuerzas, tomó a su<br />

amigo <strong>de</strong> la mano y anunció que estaba dispuesta a seguir. Pensando en recogerla más<br />

tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>jaron la bolsa con las provisiones y Francisco, libre <strong>de</strong> un peso que le agarrotaba<br />

los músculos, pudo ayudar a Irene. Veinte minutos <strong>de</strong>spués llegaron a un recodo <strong>de</strong>l

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