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De amor y de muerte

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las primaveras, cuando aparecían sus pequeñas flores, las cortaba para hacer un ramo y<br />

<strong>de</strong>jarlo en el cuarto <strong>de</strong> su nana.<br />

Jugando con su primo Gustavo, Irene <strong>de</strong>scubrió poco <strong>de</strong>spués que los besos saben a<br />

fruta y que las más torpes e inexpertas caricias puedan incendiar los sentidos. Se<br />

ocultaban para besarse, <strong>de</strong>spertando el <strong>de</strong>seo dormido. <strong>De</strong>moraron algunos veranos en<br />

alcanzar la máxima intimidad, por temor a las consecuencias y frenados por la rigi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l<br />

muchacho, a quien le habían inculcado que hay dos clases <strong>de</strong> mujeres: las <strong>de</strong>centes para<br />

casarse y las otras para acostarse. Su prima pertenecía a las primeras. No sabían evitar<br />

un embarazo y sólo más tar<strong>de</strong>, cuando la ruda vida <strong>de</strong>l cuartel instruyó al joven en los<br />

oficios <strong>de</strong> los hombres y su moral adquirió cierta flexibilidad, pudieron amarse sin miedo.<br />

Durante los años siguientes maduraron juntos. El matrimonio sería sólo una formalidad<br />

para quienes ya habían comprometido el futuro.<br />

A pesar <strong>de</strong> su novio y <strong>de</strong>l prodigioso encuentro con el <strong>amor</strong>, para ella el centro <strong>de</strong>l<br />

universo siguió siendo su padre. Conocía sus virtu<strong>de</strong>s y sus gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>fectos. Lo<br />

sorprendió en innumerables traiciones y mentiras, lo vio cobar<strong>de</strong> y per<strong>de</strong>dor, notó cuándo<br />

seguía con ojos <strong>de</strong> perro en celo a otras mujeres. No cultivaba ilusión respecto a él, pero<br />

lo amaba profundamente.<br />

Una tar<strong>de</strong> Irene leía en su habitación cuando lo sintió cerca y antes <strong>de</strong> levantar la vista<br />

supo que era una <strong>de</strong>spedida. Lo vio <strong>de</strong> pie en el umbral y tuvo la impresión <strong>de</strong> que era<br />

sólo su fantasma, pues ya no estaba allí, se había borrado, como siempre temió que<br />

sucediera.<br />

--Salgo un momento, hija--dijo Eusebio besándola en la frente.<br />

--Adiós, papá-- replicó la muchacha segura <strong>de</strong> que no regresaría.<br />

Así fue. Pasaron cuatro años, pero mediante un sutil mecanismo <strong>de</strong> consuelo ella no lo<br />

dio por muerto, como los <strong>de</strong>más.

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