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De amor y de muerte

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Sólo los controles policiales en las alcabalas <strong>de</strong> la carretera interrumpieron su viaje. Cada<br />

vez al entregar los papeles sentían el miedo como una <strong>de</strong>scarga eléctrica que los <strong>de</strong>jaba<br />

sudorosos y lacios. Los guardias ojeaban distraídos las fotografías y les hacían señas <strong>de</strong><br />

seguir. Pero en un puesto los obligaron a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r, los retuvieron diez minutos<br />

contestando preguntas perentorias, revisaron el coche por todos lados y cuando Irene<br />

estaba a punto <strong>de</strong> gritar, segura <strong>de</strong> haber sido finalmente atrapados, el Sargento los<br />

autorizó para continuar.<br />

--Tengan cuidado, en esta zona hay terroristas --les recomendó.<br />

Por largo rato no pudieron hablar. Nunca habían sentido el peligro tan cercano y preciso.<br />

--El pánico es más fuerte que el <strong>amor</strong> y el odio --concluyó Irene asombrada.<br />

A partir <strong>de</strong> ese momento asumieron el miedo con ánimo burlón, bromeando para<br />

ahorrarse inquietu<strong>de</strong>s inútiles. Francisco adivinó que ese era el único recato <strong>de</strong> Irene. Ella<br />

<strong>de</strong>sconocía cualquier forma <strong>de</strong> timi<strong>de</strong>z o vergüenza, se entregaba a sus emociones<br />

limpiamente, en pleno uso <strong>de</strong> su libertad. Pero en su interior existía un reducto <strong>de</strong><br />

extremo pudor. Se sonrojaba ante aquellas flaquezas que le resultaban intolerables en los<br />

<strong>de</strong>más e inadmisibles en ella. Ese terror <strong>de</strong>scubierto en su propio espíritu la llenaba <strong>de</strong><br />

bochorno e intentaba ocultarlo también a los ojos <strong>de</strong> Francisco. Era un temor profundo,<br />

totalitario, que en nada semejaba al susto esencial que enfrentó algunas veces y <strong>de</strong>l cual<br />

se <strong>de</strong>fendía con la risa. No fingía valor ante aquellos espantos simples, como la masacre<br />

<strong>de</strong> un cerdo o el crujir <strong>de</strong> una puerta en una casa embrujada, sin embargo la avergonzaba<br />

ese sentimiento nuevo adherido a su piel, invadiéndola, haciéndola gritar dormida y<br />

temblar <strong>de</strong>spierta. Por momentos era tan fuerte la impresión <strong>de</strong> pesadilla, que no estaba<br />

segura si vivía soñando o soñaba que estaba viviendo.<br />

En esos instantes fugaces, cuando se asomaba al umbral <strong>de</strong> su pudor, <strong>de</strong> su miedo, era<br />

cuando Francisco más la amaba.

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