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llevaron su grabadora, sus apuntes, su agenda y su libreta <strong>de</strong> direcciones. Antes <strong>de</strong> partir<br />
dieron un balazo gratuito a Cleo, abandonándola agónica en un charco <strong>de</strong> sangre. Beatriz<br />
no se encontraba allí, porque en ese momento velaba en el pasillo <strong>de</strong> la clínica a su hija<br />
moribunda. Rosa intentó <strong>de</strong>tenerlos, pero recibió un culatazo en el pecho que la <strong>de</strong>jó sin<br />
voz y sin aire hasta que partieron, entonces acogió a la perra en su <strong>de</strong>lantal y la acunó<br />
para que muriera acompañada. Los hombres dieron un vistazo rápido en “La Voluntad <strong>de</strong><br />
Dios” sembrando el pánico entre los huéspe<strong>de</strong>s y las cuidadoras, pero se retiraron <strong>de</strong><br />
prisa al compren<strong>de</strong>r que esos ancianos aterrados estaban al margen <strong>de</strong> la vida y por lo<br />
tanto también <strong>de</strong> la política. A la mañana siguiente allanaron el local <strong>de</strong> la revista y<br />
requisaron cuanto se hallaba en el escritorio <strong>de</strong> Irene Beltrán, incluso la cinta <strong>de</strong> su vieja<br />
máquina <strong>de</strong> escribir y el papel carbón usado. Francisco también contó al Capitán <strong>de</strong><br />
Evangelina Ranquileo, la <strong>muerte</strong> inoportuna <strong>de</strong>l Sargento Rivera, la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong><br />
Pra<strong>de</strong>lio y la familia Flores, las masacres <strong>de</strong> campesinos, el Teniente Juan <strong>de</strong> Dios<br />
Ramírez y todo lo <strong>de</strong>más que acudió a su mente, poniendo <strong>de</strong> lado la pru<strong>de</strong>ncia que llevó<br />
como una segunda piel durante varios años. Vació la rabia acumulada en tanto tiempo <strong>de</strong><br />
silencio y le mostró la otra cara <strong>de</strong>l gobierno --la que el oficial no veía porque se hallaba<br />
fuera <strong>de</strong>l cerco-- sin olvidar a los torturados, a los muertos, a los pobres <strong>de</strong> solemnidad y<br />
a los ricos repartiéndose la patria como un negocio más, mientras el Capitán, pálido y<br />
mudo, escuchaba lo que jamás habría tolerado que se dijera en su presencia.<br />
En la mente <strong>de</strong> Morante se estrellaban las palabras <strong>de</strong> Francisco con otras aprendidas en<br />
sus cursos <strong>de</strong> guerra. Por vez primera se encontraba junto a las víctimas <strong>de</strong>l régimen, no<br />
entre quienes ejercían el po<strong>de</strong>r absoluto, y le tocaba sufrirlo don<strong>de</strong> más lo hería, en esa<br />
muchacha adorada, inmóvil entre la sábanas, cuya imagen estremecía su alma como una<br />
campana repicando a muerto. No había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> quererla ni un solo instante a lo largo<br />
<strong>de</strong> su vida y jamás la amó tanto como en ese momento, cuando ya la había perdido.<br />
Recordó esos año creciendo juntos y sus planes <strong>de</strong> casarse y hacerla feliz.<br />
Silenciosamente le fue diciendo todo aquello que no tuvieron ocasión <strong>de</strong> hablar antes. Le<br />
reprochó su falta <strong>de</strong> confianza en él, ¿por qué no se lo contó? La habría ayudado y con<br />
sus propias manos hubiera abierto la maldita tumba, no sólo por acompañarla, sino<br />
también por el honor <strong>de</strong> las Fuerzas Armadas. Esos crímenes no podían quedar impunes,