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De amor y de muerte

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--No la <strong>de</strong>jen sola, porque vendrán a rematarla. Yo no puedo protegerla. Hay que sacarla<br />

<strong>de</strong> aquí y escon<strong>de</strong>rla --fue todo lo que dijo.<br />

--Está bien --replicó Francisco.<br />

Se estrecharon las manos con firmeza, largamente.<br />

Los progresos <strong>de</strong> Irene fueron muy lentos, parecía que jamás se restablecería <strong>de</strong>l todo,<br />

sufría gran<strong>de</strong>s dolores. Francisco se adueñó <strong>de</strong> su cuerpo para cuidarlo con el mismo<br />

esmero puesto antes en darle placer. No se movía <strong>de</strong> su lado durante el día y por las<br />

noches se acostaba en un sofá junto a su cama. Normalmente tenía el sueño tranquilo y<br />

pesado, pero en ese tiempo afinó el oído como animal furtivo. <strong>De</strong>spertaba alerta al<br />

escuchar un cambio en su respiración, un movimiento, un quejido.<br />

Esa semana <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong> alimentarla por las venas y tomó un plato <strong>de</strong> caldo. Francisco se<br />

lo dio a cucharadas con el alma torcida. Al notar su ansiedad, ella sonrió como no lo<br />

había hecho en mucho tiempo, con ese gesto coqueto que lo cautivara <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el instante<br />

mismo <strong>de</strong> conocerla. Enloquecido <strong>de</strong> alegría, salió brincando por los pasillos <strong>de</strong> la clínica,<br />

se lanzó a la calle, cruzó zigzagueando entre los automóviles y se <strong>de</strong>jó caer sobre el<br />

césped <strong>de</strong> la plaza. Roto el dique <strong>de</strong> la emoción contenida por tantos días, reía y lloraba<br />

sin disimulo ante la vista asombrada <strong>de</strong> niñeras y jubilados que a esa hora paseaban al<br />

sol. Hasta allá fue a buscarlo su madre para compartir su gozo. Hilda pasaba muchas<br />

horas tejiendo silenciosa junto a la enferma y acomodando poco a poco su espíritu a la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que también su hijo menor partiría, porque nunca más sería igual la vida para él<br />

ni para la mujer que amaba. Por su parte, el Profesor Leal llevó a Irene sus conciertos<br />

para llenarle el cuarto <strong>de</strong> música y <strong>de</strong>volverle el contentamiento <strong>de</strong> vivir. La visitaba todos<br />

los días y se sentaba a contarle historias felices, sin mencionar jamás la guerra <strong>de</strong><br />

España, su paso por el campo <strong>de</strong> concentración, la ru<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l exilio ni otros temas<br />

penosos. Su cariño por ella le alcanzaba incluso para tolera a Beatriz Alcántara sin per<strong>de</strong>r<br />

el buen humor.

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