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De amor y de muerte

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El Profesor comprendió. La conocía bien y supo que se <strong>de</strong>jaría morir en la misma medida<br />

en que él lo hiciera, porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> amarlo sin pausa durante tantos años, no le<br />

permitiría partir solo.<br />

--Está bien--dijo levantándose con dificultad y tendiéndole una mano.<br />

Entraron con lentitud a la casa, apoyándose mutuamente.<br />

Francisco calentó la sopa y la vida volvió a su rutina.<br />

Marginada <strong>de</strong>l duelo <strong>de</strong> los Leal, Irene Beltrán tomó el automóvil <strong>de</strong> su madre y partió<br />

sola a Los Riscos, <strong>de</strong>cidida a encontrar por su cuenta a Evangelina. Había prometido a<br />

Digna ayudarla en la búsqueda y no quería dar la impresión <strong>de</strong> ligereza. Su primera<br />

parada fue en casa <strong>de</strong> los Ranquileo.<br />

--No siga buscando, señorita. Se la tragó la tierra-- dijo la madre con la resignación <strong>de</strong><br />

quien ha soportado muchos quebrantos.<br />

Pero Irene estaba dispuesta a remover también la tierra, si fuera necesario, hasta dar con<br />

la muchacha. Más tar<strong>de</strong>, al volver atrás en el recuerdo <strong>de</strong> esos días, se preguntaba qué<br />

la empujó a la zona <strong>de</strong> las sombras. Sospechó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio que tenía en los <strong>de</strong>dos<br />

la punta <strong>de</strong> un hilo y al tirarlo <strong>de</strong>senredaría una interminable ma<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> consternación.<br />

Intuía que esa santa <strong>de</strong> dudosos milagros era la frontera entre su mundo or<strong>de</strong>nado y la<br />

región oscura nunca antes pisada. Pensando en ello, concluyó que no sólo la impulsó la<br />

curiosidad propia <strong>de</strong> su carácter y su oficio, sino algo similar al vértigo. Se asomó a un<br />

pozo insondable y no pudo resistir la tentación <strong>de</strong>l abismo.<br />

El Teniente Juan <strong>de</strong> Dios Ramírez la recibió sin <strong>de</strong>mora en su oficina. A ella le pareció<br />

menos fornido que cuando lo conoció ese domingo fatídico en casa <strong>de</strong> los Ranquileo y<br />

<strong>de</strong>dujo que el tamaño <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> su actitud. Ramírez se mostró casi<br />

amable. Llevaba la guerrera sin correaje, la cabeza <strong>de</strong>scubierta y no cargaba armas. Sus

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