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De amor y de muerte

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Abandonaron por último la carretera principal y se internaron por el camino <strong>de</strong> las<br />

montañas, hasta alcanzar un antiguo establecimiento termal, que en épocas pasadas fue<br />

célebre por sus aguas milagrosas, pero al que la farmacopea mo<strong>de</strong>rna había hundido en<br />

el olvido. El edificio conservaba el recuerdo <strong>de</strong> un pasado esplendoroso, cuando a<br />

principios <strong>de</strong> siglo acogía a las familias distinguidas y a los extranjeros llegados <strong>de</strong> lejos<br />

en busca <strong>de</strong> salud. El abandono no <strong>de</strong>struyó el encanto <strong>de</strong> sus amplios salones con<br />

balaustradas y frisos, <strong>de</strong> sus muebles antiguos, <strong>de</strong> sus lámparas <strong>de</strong> bronce y <strong>de</strong> sus<br />

cortinajes <strong>de</strong> fleco y pompón. Les asignaron una habitación provista <strong>de</strong> una cama<br />

enorme, un armario, una mesa y dos sillas elementales. La electricidad se cortaba a<br />

cierta hora y <strong>de</strong>spués había que circular con velas. Al ponerse el sol, <strong>de</strong>scendía<br />

bruscamente la temperatura, como siempre suce<strong>de</strong> en esas alturas, y entonces<br />

encendían las chimeneas con aromáticos troncos <strong>de</strong> espino. Por las ventanas entraba un<br />

olor picante y áspero <strong>de</strong> hojas secas y estiércol quemados en el patio. Aparte <strong>de</strong> ellos<br />

mismos y <strong>de</strong>l personal administrativo, los habitantes <strong>de</strong>l lugar eran pacientes aquejados<br />

<strong>de</strong> diversos males o jubilados en tratamiento <strong>de</strong> consuelo. Todo allí era lento y suave,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> los pasos <strong>de</strong> los huéspe<strong>de</strong>s <strong>de</strong>slizándose por los corredores, hasta el sonido<br />

rítmico <strong>de</strong> las máquinas bombeando agua y barro curativo hacia las gran<strong>de</strong>s bañeras <strong>de</strong><br />

mármol y hierro.<br />

Durante el día, una fila <strong>de</strong> esperanzados trepaba por el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> un <strong>de</strong>speña<strong>de</strong>ro hasta<br />

las fumarolas, apoyándose en sus bastones, envueltos en sábanas pálidas, como<br />

remotos espíritus.<br />

Más arriba, en los fal<strong>de</strong>os <strong>de</strong>l volcán, brotaban charcas <strong>de</strong> agua caliente y columnas <strong>de</strong><br />

espeso vapor sulfuroso, don<strong>de</strong> los enfermos se sentaban, perdidos en la bruma. Al<br />

atar<strong>de</strong>cer sonaba una campana en el hotel y su vibrante llamado retumbaba en los<br />

parajes <strong>de</strong> montaña, en los precipicios, en las ocultas madrigueras. Era la señal <strong>de</strong><br />

regreso para los reumáticos, los artríticos, los ulcerados, los hipocondríacos, los alérgicos<br />

y los viejos irremediables. Las comidas se servían en horarios exactos en un vasto<br />

comedor don<strong>de</strong> cantaban las corrientes <strong>de</strong> aire y se paseaban los olores <strong>de</strong> la cocina.

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