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De amor y de muerte

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El juez conocía al Car<strong>de</strong>nal. Adivinó que no se trataba <strong>de</strong> una escaramuza, sino que<br />

estaba dispuesto a dar la batalla <strong>de</strong> frente. En ese caso <strong>de</strong>bía contar con todos los ases<br />

en la manga, pues era <strong>de</strong>masiado astuto como para no ponerle ese montón <strong>de</strong> huesos<br />

entre las manos y emplazarlo a aplicar la ley sin estar muy seguro. No se requería gran<br />

experiencia para concluir que los autores <strong>de</strong> esos crímenes actuaron amparados por el<br />

sistema represivo y por eso la Iglesia intervenía sin confiar en la Justicia. Se secó el<br />

sudor <strong>de</strong> la frente y el cuello, echó mano <strong>de</strong> sus píldoras para el sofoco y la taquicardia<br />

temiendo que había llegado su hora <strong>de</strong> la verdad <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tantos años <strong>de</strong> sortear la<br />

justicia <strong>de</strong> acuerdo a las instrucciones <strong>de</strong>l General, <strong>de</strong> tantos años perdiendo expedientes<br />

y enredando a los abogados <strong>de</strong> la Vicaría en una maraña burocrática, <strong>de</strong> tantos años<br />

fabricando leyes con efecto retroactivo para <strong>de</strong>litos recién inventados; hubiera sido mejor<br />

retirarme a tiempo, jubilarme cuando todavía resultaba posible hacerlo con dignidad, irme<br />

a cultivar mis rosas en paz y pasar a la historia sin esta carga <strong>de</strong> culpas y vergüenzas<br />

que no me <strong>de</strong>jan dormir y me asedian durante el día en cada <strong>de</strong>scuido, a pesar <strong>de</strong> que no<br />

lo hice por ambición personal, sino por servir a la patria tal como me lo pidió el General a<br />

pocos días <strong>de</strong> asumir el mando; pero ahora es tar<strong>de</strong>, esa maldita mina se abre ante mis<br />

pies como mi propia tumba y esos muertos no podrán ser callados como tantos otros si el<br />

Car<strong>de</strong>nal <strong>de</strong>cidió intervenir; <strong>de</strong>bí retirarme el día <strong>de</strong>l Pronunciamiento Militar, cuando<br />

bombar<strong>de</strong>aron el Palacio <strong>de</strong> los Presi<strong>de</strong>ntes, encarcelaron a los ministros, disolvieron el<br />

Congreso y los ojos <strong>de</strong>l mundo esperaban que alguien diera la cara para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la<br />

Constitución; ese mismo día <strong>de</strong>bí irme a la casa alegando que estaba viejo y enfermo,<br />

eso <strong>de</strong>bí hacer en vez <strong>de</strong> ponerme a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> la Junta <strong>de</strong> Comandantes y empezar<br />

la purga en mis propios tribunales.<br />

El primer impulso <strong>de</strong>l Presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Corte Suprema fue llamar al Car<strong>de</strong>nal y proponerle<br />

un acuerdo, pero en seguida comprendió que el asunto sobrepasaba su capacidad <strong>de</strong><br />

negociación. Tomó el teléfono, marcó el número secreto y se comunicó directamente con<br />

el General.

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