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De amor y de muerte

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nieta <strong>de</strong> campesinos, Digna era pru<strong>de</strong>nte y <strong>de</strong>sconfiada. Nunca creyó en las palabras <strong>de</strong><br />

los asesores y supo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el comienzo que la reforma agraria acabaría mal. Siempre lo<br />

dijo, pero nadie le prestó atención. Su familia tuvo más suerte que los Flores, los<br />

verda<strong>de</strong>ros padres <strong>de</strong> Evangelina, y que muchos otros trabajadores <strong>de</strong> la tierra que<br />

<strong>de</strong>jaron las esperanzas y el pellejo en esa aventura <strong>de</strong> promesas y confusiones.<br />

Hipólito Ranquileo tenía virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> buen marido, era tranquilo, nada revoltoso o violento,<br />

ella no le conocía otras mujeres ni vicios mayores. Cada año traía algo <strong>de</strong> dinero al<br />

hogar, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> algún regalo a menudo inservible, pero siempre bienvenido, porque lo<br />

importante es la intención. Tenía un carácter galante. Nunca se le quitó esa virtud como<br />

otros hombres que apenas se casan tratan a su mujer como a las bestias, <strong>de</strong>cía Digna.<br />

por eso ella le dio hijos con alegría y hasta con cierto placer. Al pensar en sus caricias se<br />

ruborizaba. Su marido nunca la vio <strong>de</strong>snuda, el pudor es lo primero, sostenía, pero eso no<br />

le restaba encanto a su intimidad. Se en<strong>amor</strong>ó <strong>de</strong> las cosas lindas que él sabía <strong>de</strong>cir y<br />

<strong>de</strong>cidió ser su esposa ante Dios y el Registro Civil, por eso no lo <strong>de</strong>jó tocarla y llegó<br />

virgen al matrimonio, tal como <strong>de</strong>seaba que hicieran sus hijas, así las respetarían y nadie<br />

podría criticarlas por livianas <strong>de</strong> cascos; pero aquéllos eran otros tiempos y ahora resulta<br />

cada vez más difícil cuidar a las muchachas, una vuelve la cara y se van al río, las mando<br />

al pueblo a comprar azúcar y se pier<strong>de</strong>n por horas, me preocupo <strong>de</strong> vestirlas con<br />

<strong>de</strong>cencia, pero ellas se arremangan las faldas, se abren los botones <strong>de</strong> la blusa y se<br />

colorean la cara. Ay, Señor, ayúdame a criarlas hasta el matrimonio y entonces podré<br />

<strong>de</strong>scansar, no vaya a repetirse la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> la mayor, perdónala, era muy joven y casi<br />

no se dio cuenta <strong>de</strong> lo que hacía, fue tan rápido para la pobrecita, ni tiempo le dio <strong>de</strong><br />

acostarse como los humanos, lo hizo <strong>de</strong> pie contra el sauce <strong>de</strong>l fondo como los perros;<br />

cuida <strong>de</strong> las otras niñas para que no venga un fresco a sobrepasarse con ellas, porque<br />

esta vez el Pra<strong>de</strong>lio lo mata y caería la <strong>de</strong>sgracia en esta casa; con el Jacinto ya tuve mi<br />

parte <strong>de</strong> vergüenza y sufrimiento, pobre niño, él no tiene la culpa <strong>de</strong> su mancha.<br />

Jacinto, el menor <strong>de</strong> la familia, era en realidad su nieto fruto bastardo <strong>de</strong> su hija mayor y<br />

un forastero que llegó en otoño a pedir que lo <strong>de</strong>jaran pasar la noche en la cocina. Tuvo<br />

el buen tino <strong>de</strong> nacer cuando Hipólito recorría los pueblos con el circo y Pra<strong>de</strong>lio cumplía

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