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De amor y de muerte

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--¿Qué haremos ahora?<br />

--Cerrar la mina, <strong>de</strong>spués veremos --<strong>de</strong>cidió él apenas consiguió librar la voz <strong>de</strong> la garra<br />

ardiente que le oprimía el pecho.<br />

Acumularon las mismas piedras en el boquete, trabajando <strong>de</strong> prisa, atolondrados y<br />

nerviosos, como si al clausurarlo pudieran borrar su contenido y retroce<strong>de</strong>r en el tiempo<br />

hasta el momento en que aún ignoraban la verdad y podían permanecer inocentes en el<br />

lado luminoso <strong>de</strong> la realidad, lejos <strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>scubrimiento. Francisco tomó a su amiga<br />

<strong>de</strong> la mano y la condujo hacia la choza en ruinas, único refugio visible en la colina.<br />

La noche era apacible. En la luz virginal se esfumaba el paisaje, se perdían los perfiles <strong>de</strong><br />

los cerros y <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s eucaliptos envueltos en sombra. La choza se levantaba sobre<br />

la colina apenas visible en la suave penumbra, brotada <strong>de</strong>l suelo como un fruto natural.<br />

En comparación con la mina, su interior pareció a los jóvenes tan acogedor como un nido.<br />

Se acomodaron en un rincón sobre la hierba salvaje mirando el cielo estrellado en cuya<br />

bóveda infinita brillaba una luna <strong>de</strong> leche. Irene colocó la cabeza sobre el hombro <strong>de</strong><br />

Francisco y lloró toda su congoja. El la ro<strong>de</strong>ó con un brazo y así estuvieron mucho<br />

tiempo, horas quizás, buscando en la quietud y el silencio, alivio para lo que habían<br />

<strong>de</strong>scubierto, fuerzas para lo que <strong>de</strong>berían soportar. <strong>De</strong>scansaron juntos escuchando el<br />

leve rumor <strong>de</strong> las hojas <strong>de</strong> los arbustos movidas por la brisa, el grito cercano <strong>de</strong> las aves<br />

nocturnas y el sigiloso tráfico <strong>de</strong> las liebres en los pastizales.<br />

Poco a poco se aflojó el nudo que oprimía el espíritu <strong>de</strong> Francisco. Percibió la belleza <strong>de</strong>l<br />

cielo, la suavidad <strong>de</strong> la tierra, el olor intenso <strong>de</strong>l campo, el roce <strong>de</strong> Irene contra su cuerpo.<br />

Adivinó sus contornos y tomó conciencia <strong>de</strong>l peso <strong>de</strong> su cabeza en su brazo, la curva <strong>de</strong><br />

su ca<strong>de</strong>ra contra la suya, los rizos acariciándole el cuello, la impalpable <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za <strong>de</strong> su<br />

blusa <strong>de</strong> seda casi tan fina como la textura <strong>de</strong> su piel. Recordó el día en que la conoció,<br />

cuando su sonrisa lo <strong>de</strong>slumbró. <strong>De</strong>s<strong>de</strong> entonces la amaba y todas las locuras que lo<br />

condujeron a esa caverna eran sólo pretextos para llegar finalmente a ese instante

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