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En ese instante una nueva y más violenta lluvia <strong>de</strong> piedras invisibles remeció el techo. El<br />
oficial se lanzó <strong>de</strong> bruces al suelo y sus hombres lo imitaron. Estupefactos, los <strong>de</strong>más los<br />
vieron reptar sobre codos y rodillas hasta el patio, don<strong>de</strong> se pusieron <strong>de</strong> pie<br />
apresuradamente y corrieron zigzagueando a ocupar sus posiciones. <strong>De</strong>s<strong>de</strong> la artesa <strong>de</strong>l<br />
lavado, el Teniente comenzó a disparar en dirección a la casa. Era la señal esperada. Los<br />
guardias enloquecidos, excitados por una incontrolable violencia, apretaron sus gatillos y<br />
en unos segundos el cielo se llenó <strong>de</strong> ruido, gritos, llantos, ladridos, cacareos, una<br />
ventolera <strong>de</strong> pólvora. Los que estaban en el patio se tiraron a tierra y algunos buscaron<br />
refugio en la acequia y <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los árboles. Los evangélicos intentaron poner a salvo<br />
sus instrumentos musicales y el Padre Cirilo se metió bajo la mesa estrechando el rosario<br />
<strong>de</strong> Santa Gemita y clamando en voz alta la protección <strong>de</strong>l Señor <strong>de</strong> los Ejércitos.<br />
Francisco Leal advirtió que los proyectiles pasaban cerca <strong>de</strong> la ventana y algunos<br />
impactaban contra las gruesas pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> adobe como una ráfaga <strong>de</strong> tenebrosos<br />
presagios. Tomó a Irene por la cintura y la echó al piso, cubriéndola con su cuerpo. La<br />
sintió estremecerse entre sus brazos y no supo si se ahogaba con su peso o estaba<br />
aterrorizada. Apenas se disipó el griterío y el espanto, se puso <strong>de</strong> pie y corrió a la puerta,<br />
seguro <strong>de</strong> encontrar media docena <strong>de</strong> muertos por la balacera, pero el único cadáver con<br />
que tropezaron sus ojos fue el <strong>de</strong> una gallina <strong>de</strong>stripada por las municiones. Los guardias<br />
estaban sofocados, poseídos <strong>de</strong> locura, <strong>de</strong>sbordados por la sensación <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r. Los<br />
vecinos y curiosos yacían por el suelo cubiertos <strong>de</strong> polvo y barro, los niños lloraban y los<br />
perros tiraban <strong>de</strong> sus amarras ladrando <strong>de</strong>sesperados. Francisco sintió a Irene pasar por<br />
su lado como una exhalación y antes que pudiera <strong>de</strong>tenerla se <strong>de</strong>tuvo frente al Teniente<br />
con los brazos en jarra, gritando con una voz que no parecía la suya.<br />
--¡Salvajes! ¡Bestias! ¿No tienen respeto? ¿No ven que pue<strong>de</strong>n matar a alguien?<br />
Francisco corrió hacia ella, convencido <strong>de</strong> que le meterían una bala entre los ojos, pero<br />
comprobó asombrado que el oficial se reía.<br />
--No te pongas nerviosa, linda, disparamos al aire.