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De amor y de muerte

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Francisco pasó a través <strong>de</strong>l agujero <strong>de</strong>slizando el cuerpo con precaución para evitar las<br />

piedras filudas y <strong>de</strong>sapareció tragado por la boca <strong>de</strong>l cerro. Irene vio al negro socavón<br />

envolver a su amigo y tuvo un sobresalto <strong>de</strong> angustia, a pesar <strong>de</strong> que la razón le advertía<br />

que los peligros no estaban <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la mina, sino afuera. Si eran sorprendidos podían<br />

esperar una bala en la nuca y una discreta sepultura allí mismo. Por motivos menores<br />

moría la gente. Recordó los cuentos <strong>de</strong> aparecidos relatados por Rosa en su infancia: el<br />

diablo instalado en los espejos para asustar a las vanidosas; el Coco cargando un saco<br />

repleto <strong>de</strong> criaturas secuestradas; los perros con escamas <strong>de</strong> cocodrilo en el lomo y<br />

pezuñas <strong>de</strong> macho cabrío; hombres <strong>de</strong> dos cabezas acechando en los rincones para<br />

atrapar a las muchachas que duermen con las manos <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las sábanas. Historias<br />

truculentas para provocar sus pesadillas, pero cuya fascinación era tal, que no podía<br />

<strong>de</strong>jar <strong>de</strong> escucharlas y se las pedía a Rosa, temblando <strong>de</strong> miedo, <strong>de</strong>seosa <strong>de</strong> taparse los<br />

oídos y cerrar los ojos para no saber y al mismo tiempo urgida <strong>de</strong> averiguar los menores<br />

<strong>de</strong>talles: si el <strong>de</strong>monio va <strong>de</strong>snudo, si el Coco huele mal, si los perritos fal<strong>de</strong>ros también<br />

se convierten en bestias pavorosas, si los bicéfalos entran en los cuartos protegidos por<br />

la imagen <strong>de</strong> la Virgen. Esa noche ante el boquete <strong>de</strong> la mina, Irene volvió a sufrir esa<br />

mezcla <strong>de</strong> espanto y atracción <strong>de</strong> la época remota cuando la nana la aterrorizaba con sus<br />

fábulas. Por fin <strong>de</strong>cidió seguir a Francisco y se metió a través <strong>de</strong>l hueco con facilidad,<br />

porque era pequeña y ágil. Necesitó apenas unos segundos para habituarse a la<br />

penumbra. El olor le pareció insoportable, como si aspirara un veneno mortal. Se quitó el<br />

pañuelo <strong>de</strong> gitana que llevaba atado a la cintura y se cubrió media cara.<br />

Los amigos recorrieron la caverna <strong>de</strong>scubriendo dos pasajes. El <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha parecía<br />

sellado sólo con escombros y tierra suelta, en cambio el otro estaba tapiado con un<br />

trabajo <strong>de</strong> albañilería. Optaron por lo más simple y comenzaron a mover los peñascos y<br />

apartar la tierra <strong>de</strong>l primero. Mientras sacaban material, la pestilencia iba en aumento y a<br />

menudo <strong>de</strong>bían asomar la cabeza al exterior por el orificio <strong>de</strong> la entrada para respirar una<br />

bocanada <strong>de</strong> aire puro, que les llegaba limpio y sano como un chorro <strong>de</strong> agua fresca.<br />

--¿Qué buscamos exactamente? --preguntó Irene cuando sintió ar<strong>de</strong>r las manos<br />

<strong>de</strong>solladas.

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