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<strong>de</strong>seándola, amándola, recordando sus pecas, sus pies inocentes, el humo <strong>de</strong> sus<br />
pupilas, el aroma <strong>de</strong> su ropa, la seda <strong>de</strong> su piel, la línea <strong>de</strong> su cintura, el cristal <strong>de</strong> su risa<br />
y el tranquilo abandono con que reposaba en sus brazos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l placer. Y así estuvo<br />
como un insensato murmurando entre dientes y sufriendo sin consuelo, hasta que<br />
aparecieron las luces <strong>de</strong>l alba, <strong>de</strong>spertó la clínica, oyó los ruidos <strong>de</strong> las puertas al batirse,<br />
los ascensores, las pisadas <strong>de</strong> las zapatillas, los instrumentos golpeando sobre las<br />
ban<strong>de</strong>jas metálicas y el sonido <strong>de</strong> su propio corazón <strong>de</strong>sbocado; sintió entonces la mano<br />
<strong>de</strong> Beatriz Alcántara en la suya y recordó su presencia. Se miraron extenuados. Habían<br />
pasado esas horas en condiciones similares. Ella tenía la cara estragada, nada quedaba<br />
<strong>de</strong> su maquillaje y eran visibles las finas cicatrices <strong>de</strong> su cirugía plástica, sus ojos estaban<br />
hinchados, el pelo lacio <strong>de</strong> sudor y la blusa arrugada.<br />
--¿La amas, hijo? --preguntó.<br />
--Mucho --respondió Francisco Leal.<br />
Entonces se abrazaron. Por fin <strong>de</strong>scubrían un lenguaje común.<br />
Tres días anduvo Irene Beltrán por las fronteras <strong>de</strong> la <strong>muerte</strong>, al cabo <strong>de</strong> los cuales<br />
emergió <strong>de</strong> la inconsciencia suplicando con la mirada que la <strong>de</strong>jaran luchar por sus<br />
propios medios o morir con dignidad. Le quitaron el respirador y poco a poco se<br />
estabilizaron el aire en sus pulmones y el ritmo <strong>de</strong> la sangre en sus venas, entonces la<br />
trasladaron a una habitación don<strong>de</strong> Francisco Leal pudo quedarse a su lado. La joven se<br />
encontraba sumida en el sopor <strong>de</strong> las drogas, perdida en la bruma <strong>de</strong> sus pesadillas, pero<br />
reconocía su presencia y cuando él se alejaba lo llamaba con voz débil y <strong>de</strong>svalida como<br />
un recién nacido.<br />
Esa tar<strong>de</strong> apareció Gustavo Morante en la clínica. Se había enterado al leer la crónica<br />
policial, don<strong>de</strong> fue publicada la noticia con mucho atraso, entre otros hechos <strong>de</strong> sangre,<br />
atribuyendo el atentado a <strong>de</strong>lincuentes comunes. Sólo Beatriz Alcántara se aferró a esa<br />
versión <strong>de</strong> lo sucedido, igual como consi<strong>de</strong>ró que el allanamiento <strong>de</strong> su casa era una