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dónde se ocultaban las armas y los tesoros. A menos, claro está, que

Halliday los hubiera cambiado de sitio. Si eso era sí, la había cagado. Pero,

por el momento, estaba tan emocionado que nada me preocupaba. Acababa

de hacer el descubrimiento más importante de mi vida. Me encontraba a

escasos minutos del lugar donde se hallaba oculta la Llave de Cobre.

Finalmente llegué al principio del bosque y me metí en él corriendo.

Estaba lleno de arces, robles, abetos y alerces perfectamente representados.

Por su aspecto, parecía que los árboles hubieran sido generados con las

plantillas de paisaje estándar de Oasis, pero el grado de detalle que

alcanzaban resultaba asombroso. Me detuve para examinar de cerca uno de

ellos y vi unas hormigas aferradas a las intrincadas estrías de la corteza.

Tanto esmero era buena señal: iba por buen camino.

Como no había ningún sendero, dejé abierto el mapa en una esquina del

visualizador y lo seguí hasta llegar a la colina con la cima de calavera que

marcaba la entrada de la tumba. Y, en efecto, se encontraba donde indicaba

el mapa, en un gran claro situado en el centro del bosque. Al poner un pie en

ella, sentí que el corazón me latía con tal fuerza que estaba a punto de

salírseme del pecho.

Trepé hasta lo alto de aquella cima y fue como si acabara de montarme

en la imagen del módulo de Dragones y mazmorras. Consultando el mapa

pude localizar el lugar exacto de la pared rocosa donde se suponía que se

encontraba, oculta, la entrada a la tumba. Entonces, con el escudo a modo de

pala, empecé a cavar. A los pocos minutos di con la boca de un túnel que

conducía a un pasadizo subterráneo, oscuro. El suelo del corredor era un

mosaico construido con piedras de colores, que dibujaban un sendero

ondulante, de baldosas rojas. Una vez más, la descripción del módulo de

Dragones y mazmorras coincidía con lo que tenía delante.

Desplacé el mapa de la mazmorra donde se encontraba la Tumba de los

Horrores al ángulo superior derecho de mi visualización y lo hice un poco

más transparente. Después volví a atarme el escudo a la espalda y saqué la

linterna. Miré a mi alrededor una vez más para asegurarme de que nadie me

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