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Dragones y mazmorras, así como a otros juegos de rol tradicionales, de

papel y lápiz, juegos como GURPS, Champions, Car Wars y Rolemaster.

«La tumba de los horrores» era un cuaderno de pocas páginas que en

argot se conocía como «módulo». Contenía mapas detallados y

descripciones sala por sala de un laberinto subterráneo infestado de

monstruosos esqueletos vivientes. Los jugadores de Dragones y mazmorras

podían explorar el laberinto con sus personajes mientras el Amo del

Calabozo les leía el módulo y los guiaba a través de la historia que contenía,

describiendo todo lo que veían y encontraban a lo largo del camino.

A medida que aprendía más sobre el funcionamiento de aquellos

primeros juegos de rol, tomaba conciencia de que ese módulo de Dragones y

mazmorras era un equivalente primitivo de las «misiones» de Oasis. Y de

que los personajes eran iguales a los avatares. En cierto sentido, esos viejos

juegos de rol habían sido las primeras simulaciones de realidad virtual,

creadas mucho antes de que los ordenadores resultaran lo bastante potentes

para poder incorporarlas. En aquella época, si alguien quería escapar a otro

mundo debía crearlo él mismo, usando su cerebro, papel, lápices, un dado y

unos cuantos libros de reglas. Cuando caí en la cuenta de ello fue como si se

me encendiera una luz en la mente, y mi perspectiva sobre La Cacería del

Huevo de Pascua de Halliday cambió por completo. A partir de ese momento

empecé a concebir La Cacería como un módulo más elaborado de Dragones

y mazmorras. Y, sin duda, Halliday ejercía de Amo del Calabozo, por más

que controlara el juego desde más allá de la tumba.

Encontré una copia digital del módulo de «La tumba de los horrores»,

que tenía ya sesenta y siete años, enterrada en lo más profundo de un

antiquísimo archivo FTP. A medida que lo estudiaba, empecé a desarrollar

una teoría: en Oasis, en alguna parte, Halliday había recreado la Tumba de

los Horrores y allí era donde había escondido la Llave de Cobre.

Me pasé los meses siguientes estudiando el módulo y memorizando

todos los mapas y las descripciones de sus estancias, a la espera del día en

que finalmente descubriera su localización. Pero ahí estaba el problema: la

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