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un terreno montañoso. Una vez allí, sobre su superficie, el aspecto de

Archaide era idéntico al del entorno del juego Battlezone de 1981, otro

clásico del grafismo vectorial de Atari. A lo lejos, un volcán triangular

vomitaba píxeles verdes de lava. Aunque corrieras durante varios días

seguidos en dirección a él, nunca lo alcanzarías; permanecía en el horizonte.

Como en un videojuego antiguo, en Archaide el paisaje nunca cambiaba, por

más que le dieras la vuelta entera al planeta.

Siguiendo mis instrucciones, Max había hecho aterrizar la Vonnegut

cerca del ecuador, en el hemisferio oriental. La pista de aterrizaje estaba

vacía, y el entorno parecía desierto. Me dirigí hacia el punto verde más

cercano. Al hacerlo me di cuenta de que, en realidad, se trataba de la boca de

un túnel de entrada, un círculo de neón verde de diez metros de diámetro que

conducía a algún punto subterráneo. Archaide era un planeta hueco y las

exposiciones del museo se hallaban bajo la superficie.

Al acercarme a la entrada más cercana del túnel oí que una música a todo

volumen brotaba de las profundidades. Reconocí la canción: «Pour Some

Sugar on Me», de Def Leppard, que formaba parte de su álbum Hysteria

(Epic Records, 1987). Llegué hasta el borde del círculo de luz verde

resplandeciente y de un salto me zambullí en su interior. Mientras mi avatar

caía en el museo, el grafismo vectorial verde desapareció y me encontré en

un entorno de alta resolución y de colores. A mi alrededor, todo volvía a

parecer absolutamente real.

Bajo su superficie, Archaide alojaba miles de máquinas clásicas de

videojuegos, de las de salón recreativo, reproducciones esmeradas de

algunas de las que habían existido en algún lugar del mundo real. Desde la

aparición de Oasis, miles de usuarios de cierta edad habían acudido hasta allí

y, con gran esfuerzo, habían configurado réplicas virtuales de los

videojuegos locales que recordaban de su infancia, convirtiéndolas, de ese

modo, en parte de la colección permanente del museo. Y cada una de

aquellas boleras, cada una de aquellas pizzerías, cada uno de aquellos

salones recreativos simulados estaban llenos de las clásicas «máquinas de

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