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ganga.»

Black Tiger había salido al mercado en Japón con su título original,

Burakku Doragon (Dragón Negro). El juego cambió de nombre para su

lanzamiento en Estados Unidos. Y yo había llegado a la conclusión de que el

dragón que colgaba de la pared del estudio de Anorak era una pista sutil que

indicaba que Burakku Doragon jugaría un papel clave en La Cacería. De

modo que había estudiado aquel juego hasta que, como Halliday, fui capaz

de llegar hasta el final consumiendo un solo crédito. En cuanto lo logré,

seguí jugando de vez en cuando, para que no se me oxidaran las técnicas.

Al fin parecía que mi capacidad de previsión y mi perseverancia estaban

a punto de valerme una recompensa.

Sólo pude permanecer aferrado al joystick de Time Pilot unos pocos

segundos, hasta que no pude más y tuve que soltarme, y mi avatar fue

succionado hasta el monitor del juego de Black Tiger.

Por un momento todo se volvió negro. Y enseguida me encontré rodeado

de un entorno irreal.

Estaba en el pasillo angosto de una mazmorra. A mi izquierda había un

muro alto, de piedra gris, con una gigantesca calavera de dragón apoyada

sobre él. El muro era tan alto que no se veía el final y se perdía en la

oscuridad de las alturas. Yo no alcanzaba a ver el techo. El suelo de la

mazmorra estaba compuesto de plataformas circulares flotantes dispuestas

de un extremo a otro en una larga línea que se disipaba en la penumbra. A mi

derecha, más allá del borde de las plataformas, no había nada, sólo un vacío

negro, ilimitado.

Me volví, pero no vi ninguna salida detrás de mí. Sólo otra pared de

piedras que se perdía en la negrura, sobre mi cabeza.

Me fijé en el cuerpo de mi avatar. Era exactamente igual que el héroe de

Black Tiger, un guerrero bárbaro semidesnudo, ataviado con un taparrabos y

de armadura y casco con cuernos. Mi brazo derecho había desaparecido bajo

un extraño guante metálico, del que colgaba una cadena larga y retráctil con

bola de púas al final. Con la mano derecha sostenía hábilmente tres dagas.

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