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y para que resultara más seguro. En primer lugar, cambié la puerta, que era

muy endeble, por una WarDoor de doble blindaje con cabina hermética.

Cuando necesitaba cualquier cosa —comida, papel higiénico, ropa nueva—

la pedía por internet y me la traían hasta casa. Las entregas se realizaban de

la siguiente manera: primero, el escáner instalado fuera, en el pasillo,

verificaba la identidad del transportista y mi ordenador confirmaba que lo

que traía era, en efecto, lo que yo había encargado. Entonces la puerta

exterior se desbloqueaba automáticamente, se abría hacia un lado y permitía

el acceso a una cabina reforzada en acero del tamaño de una ducha. El

mensajero colocaba el paquete, la pizza o lo que fuera en el interior de la

cabina y se retiraba. La puerta externa se cerraba de nuevo emitiendo un

zumbido y volvía a bloquearse. El envío volvía a ser escaneado y sometido a

rayos-X y analizado de diversas maneras. Su contenido era verificado y se

enviaba una confirmación de recepción. Si todo estaba en orden, yo abría la

puerta interior y recibía el encargo. El capitalismo se abría paso hasta mí sin

que yo tuviera que interactuar cara a cara con otro ser humano. Podría haber

sido de otro modo, pero no, gracias, así era como yo lo prefería.

En el estudio mismo no había gran cosa que ver, lo que a mí me venía

bien, porque pasaba el menor tiempo posible mirándolo. Se trataba,

básicamente, de un cubo de unos diez metros de longitud por diez de ancho.

Empotrados en una pared estaban la ducha y el retrete modulares y, en la

opuesta, la cocina ergonómica. No la había usado nunca. Mis comidas,

cuando no me las traían a casa, eran siempre congeladas. Si acaso, me

preparaba unos brownies en el microondas.

El resto del estudio estaba presidido por mi equipo de inmersión en

Oasis. Había invertido mucho dinero en adquirirlo. Siempre salían al

mercado componentes nuevos, más rápidos o versátiles, y yo me gastaba

gran parte de mis escasos ingresos en actualizarlo.

La joya de la corona de mi equipo era, claro está, mi consola Oasis

personalizada. El ordenador que alimentaba mi mundo. Yo mismo lo había

construido, pieza por pieza, en el interior de un chasis esférico Odinware de

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