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gunters habían atribuido una gran importancia a la ausencia de Adventure, el

juego al que, al final de Invitación de Anorak, se veía jugar al propio

Halliday en esa misma consola. Había gente que había rastreado todas las

simulaciones de Middletown en busca de alguna copia, pero en todo el

planeta no había aparecido ni una sola. Los gunters habían llevado hasta allí,

desde otros planetas, copias de Adventure, mas cuando intentaban jugar en la

Atari de Halliday nunca funcionaban. Hasta el momento, nadie había

descubierto por qué.

Realicé una búsqueda rápida por el resto de la casa y me aseguré de que

no hubiera ningún otro avatar presente. Luego abrí la puerta del dormitorio

de James Halliday. Como lo encontré vacío, entré y cerré por dentro. Desde

hacía años circulaban fotos e imágenes simuladas de la habitación, que había

estudiado con detalle. Pero era la primera vez que ponía los pies en el

«escenario real» y sentí escalofríos.

La moqueta era de un color mostaza horripilante. Lo mismo que el papel

pintado, oculto en su mayor parte por pósters de películas y grupos de rock:

Escuela de genios, Juegos de guerra, Tron, Pink Floyd, Devo, Rush. Justo

detrás de la puerta había una estantería atestada de libros de bolsillo de

ciencia ficción y fantasía (que yo ya había leído, por supuesto). Junto a la

cama, en una segunda librería, se alineaban de arriba abajo revistas viejas de

ordenadores, así como los manuales de reglas de Dragones y mazmorras.

Apoyadas contra la pared había cajas que contenían cómics, todas

perfectamente etiquetadas. Y sobre el escritorio envejecido de Halliday, que

era de madera, estaba su primer ordenador.

Como muchos ordenadores personales de la época, el procesador y el

teclado se presentaban en una sola pieza. En una etiqueta, sobre las teclas,

podía leerse TRS-80 COLOR COMPUTER 2, 16K RAM. De la parte trasera

de la máquina salían unos cables que la conectaban a un grabador de casetes,

a un pequeño televisor en color, a una impresora de matriz de puntos y a un

módem de trescientos baudios.

Pegada con celo a la mesa, junto al módem, había una larga lista de

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