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japonés, incluida su inmensa espada centelleante y su escudo, en el que

había grabado una telaraña. En el enorme pie izquierdo del robot se

distinguía una pequeña puerta de acceso, que se abrió en cuanto me

aproximé. En su interior había instalado un pequeño ascensor, que me

transportó por el interior de la pierna y el torso del robot hasta la cabina de

mando, situada en el pecho blindado. Tras sentarme en la silla del capitán,

descubrí, en un cajón transparente fijado a la pared, un brazalete plateado de

control, que extraje e instalé en la muñeca de mi avatar. El dispositivo me

permitiría usar órdenes de voz para controlar al robot desde el exterior.

Había varias hileras de botones en la consola de mando, frente a mí,

todas ellas etiquetadas en japonés. Pulsé uno de ellos y los motores se

pusieron en marcha. Después pulsé el acelerador y los cohetes gemelos

situados en los pies de robot iniciaron la ignición y lo elevaron, alejaron de

mi fortaleza y lanzaron al cielo estrellado de Falco.

Me di cuenta de que Halliday había añadido un viejo reproductor de

cintas de ocho pistas y de que a mi derecha había varios casetes. Agarré uno

al azar y lo metí en la ranura. Por los altavoces internos y externos del robot

empezó a sonar Dirty Deeds Done Dirt Cheap, de AC/DC, a un volumen tan

exagerado que la silla en la que iba sentado empezó a vibrar.

Tan pronto como el robot se alejó del hangar, grité en dirección al

brazalete: «¡Cambio a Marveller!» (las órdenes de voz sólo parecían

funcionar si se gritaban). Las piernas, los brazos y la cabeza del robot se

plegaron hacia dentro y quedaron recogidas en nuevas posiciones,

transformando el robot en una nave espacial conocida como Marveller.

Finalizada la metamorfosis, abandoné la órbita de Falco y puse rumbo a la

puerta estelar más cercana.

Cuando salí de ella, en el Sector 10, la pantalla de mi radar se iluminó

como un árbol de Navidad. Miles de vehículos espaciales de todos los

modelos y las marcas pululaban a mi alrededor, por la negrura estrellada;

desde naves unipersonales hasta cargueros gigantes del tamaño de la Luna.

Nunca había visto tantas naves en un mismo lugar. Un flujo constante de

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