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De pronto tuve conciencia de lo absurdo de aquella escena: un tipo

vestido con cota de malla de piel junto a un rey zombi, ambos inclinados

sobre una máquina de juegos recreativos. Era una imagen típica de portada

de las revistas Heavy Metal o Dragon.

Acererak le dio al botón de «2 jugadores» y yo fijé los ojos en la

pantalla.

El siguiente juego también empezó mal para mí. Los movimientos de mi

rival eran implacables, precisos, y me pasé las primeras oleadas intentando

esquivarlo. También me distraían los constantes chasquidos de su

esquelético dedo índice golpeando el botón de disparo.

Relajé un poco la mandíbula y me aclaré las ideas, obligándome a no

pensar en dónde me encontraba, contra quién estaba jugando y qué había en

juego. Intenté imaginar que estaba una vez más en El Sótano, jugando contra

Hache.

Y funcionó. Me metí de lleno en el juego y la partida empezó a ir a mi

favor. Empecé a descubrir los fallos en el estilo de juego del cadáver

viviente, las lagunas en su programación. Era algo que había aprendido con

los años, jugando a cientos de videojuegos distintos: siempre había un truco

que permitía vencer a un rival controlado por ordenador. En un juego como

ése, un jugador humano con talento siempre podía ganar a la máquina,

porque el software no era capaz de improvisar. O bien reaccionaba

aleatoriamente, o en un número limitado de formas predeterminadas,

basadas en una cifra finita de condiciones programadas con antelación. Ése

era un axioma de los videojuegos, y seguiría siéndolo hasta que los seres

humanos inventaran la verdadera inteligencia artificial.

Nuestra segunda partida fue muy reñida, pero hacia el final descubrí un

patrón en la técnica que utilizaba mi contrincante. En un momento dado,

cambié la dirección de mi avestruz y logré que su cigüeña colisionara contra

uno de los buitres que se acercaban. Y repitiendo el movimiento en varias

ocasiones logré ir quitándole, una a una, todas sus vidas extra. A mí me

mataron también varias veces, pero finalmente le di caza durante la décima

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