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evitarlas. En una mazmorra oscura conocida como la Capilla del Mal

encontré miles de monedas de oro y plata escondidas en los bancos,

exactamente donde se suponía que debían de estar. Mi avatar no podía con

tanto dinero, ni siquiera haciendo uso del Saco Contenedor que encontré.

Recogí tantas monedas de oro como pude y al momento aparecieron en mi

inventario. Se produjo una conversión instantánea y mi marcador de crédito

se puso de golpe a más de veinte mil, con diferencia la mayor cantidad de la

que había dispuesto nunca. Y, además de los créditos, mi avatar recibió un

número equivalente de puntos por haber obtenido las monedas.

A medida que me adentraba en la tumba, fui adquiriendo varios objetos

mágicos: una Espada Llameante a+1, una Piedra Preciosa para Ver, un

Anillo de Protección. Incluso conseguí una armadura metálica plateada de

tres puntos. Se trataba de los primeros tres objetos que mi avatar poseía y

me hicieron sentir imbatible.

Cuando me cubrí con aquella cota de malla mágica, ésta menguó para

adaptarse a la perfección al cuerpo de mi avatar. Su brillo cromado me

recordaba al de las que llevaban los caballeros de Excalibur. Lo cierto es que

llegué a cambiar mi visión durante unos segundos para admirar lo guapo que

estaba mi avatar con ella.

Cuanto más avanzaba, más seguro de mí mismo me sentía. La forma y el

contenido de la tumba seguía coincidiendo exactamente con la descripción

del módulo, incluso en el menor detalle.

Hasta que llegué a la Sala Hipóstila del Trono.

Se trataba de una cámara cuadrada, espaciosa, de techo alto, sostenido

por gran cantidad de inmensas columnas de piedra. En su extremo más

alejado se alzaba un enorme estrado y sobre él se destacaba el trono de

obsidiana con incrustaciones de calaveras de plata y marfil.

Aunque todo coincidía con la descripción del módulo, existía una gran

diferencia: se suponía que el trono debía de estar vacío, pero no lo estaba. El

cadáver viviente Acererak se sentaba en él y me observaba fijamente, en

silencio. Sobre su cabeza medio putrefacta reposaba una corona de oro

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