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original. Cuando, minutos después, salí de la base de datos, Bryce Lynch ya

no existía. Volvía a ser Wade Watts.

Paré un autotaxi al salir de Correos, tras asegurarme de que estaba

gestionado por una empresa local y no por SupraCab, subsidiaria de IOI.

Una vez dentro, contuve la respiración al acercar el pulgar al escáner. La

pantalla se puso verde. El sistema me había reconocido como Wade Watts,

no como el recluta fugitivo Bryce Lynch.

«Buenos días, señor Watts —dijo el autotaxi—. ¿Adónde?»

Le indiqué la dirección de una tienda de ropa de High Street, cercana al

campus universitario. Se trataba de un establecimiento llamado Tr3ads,

especializado en «vestuario urbano high-tec». Entré corriendo y me compré

unos vaqueros y un suéter «dicotómicos», lo que quería decir que estaban

preparados para su uso en Oasis. No incluían material háptico, pero podían

conectarse a mi equipo de inmersión portátil e informaban sobre lo que

hacía con el pecho, los brazos y las piernas, facilitando de ese modo el

control de mi avatar, más que si llevara sólo los guantes. También me

compré varios pares de calcetines y calzoncillos, una chaqueta de imitación

de piel, unas botas y una gorra negra de lana para proteger mi cabeza rapada.

Minutos después salí de allí con las nuevas prendas puestas. El viento

gélido me envolvió de nuevo y yo me abroché bien la chaqueta y me calé la

gorra de lana. Mucho mejor. Tiré a una papelera el mono de técnico y las

zapatillas de plástico que me identificaban como recluta y avancé por High

Street, mirando escaparates. Mantenía la mirada baja para evitar el contacto

visual con los estudiantes universitarios de gesto adusto que se cruzaban

conmigo.

Varias travesías más allá entré en una franquicia de máquinas

expendedoras. En su interior podía comprarse, sin necesidad de relacionarse

con nadie, todo lo imaginable. Una de aquellas máquinas, que se anunciaba

como «expendedor de defensa», ofrecía equipos de defensa personal:

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