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Yo no podía verlas, pero había memorizado su ubicación. No tardé en

encontrarlas y me las comí, lo que me valió noventa puntos más. Después

me volví y corrí hacia el fantasma más cercano —Clyde—, y cometí

«Paquicidio» muriendo por primera vez en toda la partida. Pac-Man se

detuvo y se disolvió en la nada, emitiendo un prolongado aullido digital.

Hice todo lo posible por no pensar en Hache, que en ese momento ya

debía de estar sosteniendo la Llave de Jade entre sus manos. En ese preciso

instante, seguramente estaría leyendo la pista que tuviera grabada en su

superficie.

Moví el joystick hacia la derecha, abriéndome paso por entre los

escombros digitales una última vez. Podría haberlo hecho con los ojos

cerrados. Esquivé a Pinky para comerme las dos bolitas de abajo y después

otras tres que quedaban en el centro y, finalmente, las últimas cuatro, que se

ocultaban cerca del extremo superior.

Lo había conseguido. Mi puntuación era la mayor. 3.333.360 puntos. Una

partida perfecta. Aparté las manos de los mandos y vi a los cuatro fantasmas

converger en Pac-Man. Las palabras GAME OVER aparecieron en el centro

del laberinto.

Esperé. Pero no sucedió nada. Al cabo de unos segundos, la pantalla de

presentación del juego se activó de nuevo, mostrando los cuatro fantasmas,

sus nombres y sus apodos.

Dirigí la mirada hacia la moneda de veinticinco centavos puesta en el

borde de la consola. Hasta ese momento se había mantenido en su lugar,

inamovible. Pero entonces se movió hacia delante y cayó, dando vueltas,

hasta aterrizar en la mano abierta de mi avatar. Desapareció al momento, y

en mi visualizador apareció un mensaje luminoso que me informaba de que

la moneda había sido añadida automáticamente a mi inventario. Al intentar

retirarla para examinarla, descubrí que no podía. El icono de la moneda de

veinticinco centavos permanecía en mi inventario. Pero yo no podía sacarla

de allí, ni desprenderme de ella.

Si poseía alguna propiedad mágica, no figuraba en la descripción de sus

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