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No. En mi opinión, sólo había dos posibilidades. O todo aquello era un

farol o iban a matarme tanto si les ayudaba como si no.

De modo que tomé una decisión y me armé de valor.

—Sorrento —dije, haciendo esfuerzos para que el temor no asomara a mi

voz—. Quiero que usted y sus jefes se enteren de una cosa. No encontrarán

nunca el Huevo de Halliday. ¿Y saben por qué? Porque él era más listo que

todos ustedes juntos. No importa cuánto dinero tengan ni a quién intenten

chantajear. Van a perder.

Pulsé el icono que me desconectaba del chatlink y mi avatar empezó a

desmaterializarse delante de él. Sorrento me miró con gesto triste, meneando

la cabeza.

—Un paso muy tonto el tuyo, hijo —fue lo último que le oí decir antes

de que mi visor se nublara.

Permanecí inmóvil en la oscuridad de mi escondite, entrecerrando los

ojos, a la espera de la detonación. Pero pasó un minuto y no sucedió nada.

Me levanté el visor y me quité los guantes con manos temblorosas. Mis

ojos empezaban a adaptarse a la penumbra y solté un largo suspiro de alivio.

Sí, después de todo había sido un farol. Sorrento había jugado a un

jueguecito retorcido y macabro conmigo. Un jueguecito muy eficaz.

Mientras me bebía una botella de agua entera, caí en la cuenta de que

debía advertir a Hache y a Art3mis. Los sixers también irían tras ellos.

Estaba volviendo a ponerme los guantes cuando oí la explosión.

La onda expansiva llegó un segundo después de la detonación, e

instintivamente me eché al suelo en mi escondite con las manos sobre la

cabeza. A lo lejos oí el sonido del metal al ceder, pues varias torres de

caravanas habían empezado a desplomarse, a soltarse del andamiaje y a caer

unas contra otras como inmensas fichas de dominó. Aquel espantoso

estrépito siguió durante lo que a mí me pareció un espacio de tiempo

interminable. Y después, silencio total.

Finalmente salí de mi parálisis y abrí la puerta trasera de mi furgoneta.

Invadido por un aturdimiento de pesadilla, llegué hasta el borde de mi

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