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distante y tan poco sociable, que los entrevistadores, muchas veces, llegaban

a la conclusión de que padecía algún trastorno mental. Halliday tendía a

hablar a tal velocidad que lo que decía resultaba ininteligible. El tono de su

risa era muy agudo, cosa que se destacaba si cabe aún más, porque con

frecuencia era el único que sabía de qué se reía. Cuando se aburría en el

transcurso de una entrevista (o conversación), se levantaba y se iba sin

mediar palabra.

Halliday tenía muchas obsesiones conocidas. Entre ellas, las más

notorias eran los videojuegos clásicos, las novelas de fantasía y las películas

de todos los géneros. También tenía una gran fijación por los ochenta, la

década de su adolescencia. Halliday parecía esperar que todos los que

convivían con él compartieran sus pasiones y criticaba a quienes no lo

hacían. Se sabía que había despedido a empleados que llevaban mucho

tiempo trabajando para la empresa por no saber a quién pertenecía esta o

aquella cita de alguna película que él reproducía, o por no estar

familiarizados con alguno de sus dibujos animados, cómics o videojuegos

favoritos. (Ogden Morrow siempre volvía a contratarlos, sin que Halliday se

diera cuenta casi nunca de que volvían a estar en plantilla.)

Con el paso de los años, en vez de mejorar, las aptitudes sociales de

Halliday parecían deteriorarse cada vez más. (Tras su muerte se llevaron a

cabo varios estudios psicológicos exhaustivos y tanto su apego a las rutinas

como su dedicación a unos pocos temas abstrusos llevaron a muchos

psicólogos a la conclusión de que Halliday sufría el síndrome de Asperger, o

alguna otra forma de autismo profundo.)

Pero a pesar de sus excentricidades nadie cuestionaba que Halliday era

un genio. Los juegos que creaba resultaban adictivos y alcanzaban una

extraordinaria popularidad. Todos los títulos lanzados por Gregarious Games

batían récords de ventas y obtenían los principales galardones de su sector.

Al terminar el siglo XX a Halliday se lo consideraba el mejor diseñador de

videojuegos de su generación y, según algunos, de todos los tiempos.

Ogden Morrow era también un programador brillante, pero su verdadero

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