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adónde acudir para encontrarlo. Visité todas las viviendas viejas y decrépitas

que se me ocurrieron. Recreaciones de la mansión de la Familia Adams, del

chamizo abandonado de la trilogía de Posesión infernal, la pensión de Tyler

Durden en El club de la lucha y la granja de los Lars situada en Tatooine de

La guerra de las galaxias. Pero no encontré la Llave de Jade en ninguna de

ellas. Un punto muerto tras otro.

Mas el silbato sólo harás sonar

cuando los trofeos tengas en tu crédito.

Tampoco había descifrado aún el significado del último verso. ¿Qué

trofeos debía ganar? ¿O acaso se trataba de una metáfora barata? Debía de

estar saltándome alguna conexión evidente, alguna taimada alusión a algo

que no era capaz de captar por no ser lo bastante listo o entendido en el

tema.

A partir de ahí no había podido seguir avanzando. Cada vez que

regresaba a «La cuarteta», mi deslumbramiento por Art3mis me impedía

concentrarme como antes y, casi enseguida, cerraba mi Diario del Grial y la

llamaba para preguntarle si quería que nos encontráramos. Y ella casi

siempre quería.

Me convencí a mí mismo de que no pasaba nada por aflojar un poco el

ritmo, porque nadie parecía avanzar en la búsqueda de la Llave de Jade. La

Tabla no experimentaba cambios. Todo el mundo parecía tan perdido como

yo.

Con el paso de las semanas, Art3mis y yo pasábamos cada vez más

tiempo juntos. Incluso cuando nuestros avatares se dedicaban a otras cosas,

nos enviábamos e-mails y mensajes instantáneos. Entre nosotros fluía un

caudal de palabras.

Lo que yo deseaba, más que nada en el mundo, era conocerla en la vida

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