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contagiaron a mí. Y me eché a reír también.

Era encantadora. Su conducta excéntrica y su forma de hablar atropellada

me recordaban a Jordan, mi personaje favorito de Escuela de genios. Nunca

había sentido una afinidad instantánea con nadie como la que sentía en ese

momento ni en el mundo real ni en Oasis. Ni siquiera con Hache. Estaba

flotando.

Cuando al fin logró controlar la risa, dijo:

—La verdad es que voy a tener que instalarme un filtro para suprimir

esta risa que tengo.

—No, no lo hagas. Pero si tienes una risa preciosa. —Las palabras me

salían con cuentagotas, no sabía qué decirle—. La mía también es una risa

fácil.

«Fantástico, Wade —pensé—. Acabas de decirle que tiene una risa tonta.

Qué listo eres.»

Pero ella me dedicó una sonrisa tímida y pronunció una palabra más:

«Gracias.»

Sentí el impulso irrefrenable de besarla. Que fuera o no una simulación,

no me importaba. Mientras me armaba de valor para pedirle una tarjeta de

visita, ella alargó la mano.

—Había olvidado presentarme —dijo—. Me llamo Art3mis.

—Ya lo sé —repliqué, estrechándosela—. La verdad es que soy un fan

absoluto de tu blog. Lo leo fielmente desde hace años.

—¿En serio? —Su avatar pareció sonrojarse.

Asentí.

—Es todo un honor conocerte en persona —insistí—. Yo soy Parzival.

—Me di cuenta de que seguía aferrado a su mano y me obligué a mí mismo

a soltársela.

—Con que Parzival, ¿eh? —Ladeó ligeramente la cabeza—. Por el

caballero de la Mesa Redonda que encontró el grial, supongo. Increíble.

Asentí, más enamorado aún. Por lo general, tenía que ir explicando a la

gente el origen de mi nombre.

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