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Me encontré de pie, frente a una máquina arcade antigua, de las de salón

recreativo, jugando a Galaga.

La partida ya estaba empezada. Yo tenía naves dobles y 41.780 puntos.

Bajé la vista y vi que tenía las manos sobre los mandos. Tras unos segundos

de desorientación, empecé a jugar consciente de lo que hacía y moví el

joystick a la izquierda justo a tiempo para evitar que eliminaran una de mis

naves.

Sin apartar del todo la vista del juego, intenté averiguar dónde me

encontraba, qué era lo que me rodeaba. Con mi visión periférica logré

distinguir un juego de Dig Dug a mi izquierda y una máquina de Zaxxon a mi

derecha. De más atrás llegaba la cacofonía de un combate digital que

provenía de un montón de máquinas de videojuegos antiguos. Entonces,

entre una oleada de atacantes y otra en mi partida de Galaga, la pantalla se

volvió negra y pude ver mi reflejo en ella. El rostro que me miraba no era el

de mi avatar, sino el de Matthew Broderick. Un Matthew Broderick

jovencísimo que todavía no había actuado en Todo en un día ni en Lady

Halcón.

Y entonces supe dónde estaba.

Y quién era.

Era David Lightman, el personaje interpretado por Matthew Broderick en

el largometraje Juegos de guerra. Y aquélla era la primera escena de la

película.

Y yo estaba dentro de ella.

Miré fugazmente a mi alrededor y vi una réplica detallada de Grand

Palace 20, aquella mezcla de salón recreativo y pizzería que aparece en la

película. Había muchos jóvenes con peinados de los ochenta que se

arremolinaban en torno a las máquinas de marcianitos. Otros estaban

sentados en reservados, comían pizza y bebían refrescos. En una jukebox que

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