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Como éramos tres, debatimos quién debía quedársela.

—Debería ser para Parzival —había dicho Shoto, volviéndose hacia su

hermano mayor—. Fue él quien descubrió la prueba. Nosotros no habríamos

sabido ni siquiera que existía de no haber sido por él.

Daito, claro está, se había mostrado en desacuerdo.

—¡Pero él no habría podido completar la misión sin nuestra ayuda!

Y dijo que, para ser justos, lo único que podíamos hacer era subastar la

cápsula y repartirnos lo que nos dieran por ella. Pero yo no estaba dispuesto

a permitirlo. El artefacto era demasiado valioso para que nos

desprendiéramos de él y sabía que acabaría en manos de los sixers, que se

dedicaban a adquirir todas las piezas importantes que se subastaban.

Además, aquélla me parecía una buena ocasión de congraciarme con los

Daisho.

—Deberíais quedaros vosotros con la Cápsula Beta —dije—.

Urutoraman es el mayor superhéroe japonés. Sus poderes han de permanecer

en manos niponas.

Mi generosidad los sorprendió y conmovió a partes iguales. Sobre todo a

Daito.

—Gracias, Parzival-san —respondió dedicándome una sentida

reverencia—. Eres hombre de honor.

Y, después de aquello, los tres nos despedimos como amigos (que no

necesariamente aliados) y yo me di por recompensado por mis esfuerzos.

Oí el sonido de un timbre y consulté la hora. Eran casi las ocho. Ya me

tocaba empezar a ganarme el pan.

Siempre iba escaso de dinero, por más frugalmente que intentara vivir.

Debía pagar algunas facturas bastante abultadas todos los meses, tanto en el

mundo real como en Oasis. Mis gastos en el mundo real eran los más

corrientes: alquiler, luz, comida, agua. Reparación de equipos,

actualizaciones. Los de mi avatar resultaban más exóticos. Arreglos de naves

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