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enseguida nuestro viejo ritmo y sin darnos cuenta todo volvió a ser como en

El Sótano, cuando jugábamos a Quake o a La justa mientras hablábamos de

tonterías. Todos los temores que había albergado sobre la resistencia de

nuestra amistad en el mundo real se habían disipado, cuando el jet tomó

tierra en la pista privada de Og, en Oregón.

Habíamos viajado en dirección oeste, adelantándonos unas horas a la

salida del sol, y todavía era de noche cuando aterrizamos. El frío nos

envolvió apenas descendimos del avión y contemplamos con asombro el

paisaje que nos rodeaba. Aun a la luz tenue de la luna, el espectáculo era

sobrecogedor. Las siluetas sombrías e imponentes de las montañas Wallowa

nos rodeaban por todas partes. Las hileras de luces azules de la pista de

aterrizaje se perdían en el valle, a nuestra espalda, delimitando el aeródromo

privado de Og. Frente a nosotros, una escalera empinada y empedrada

conducía a una mansión inmensa e iluminada, que se alzaba sobre la llanura,

a los pies de las montañas. A lo lejos se divisaban varias cascadas, que se

descolgaban de las cimas, más allá de la casona de Morrow.

—Es igual a Rivendell —dijo Hache, adelantándose a mis propios

pensamientos.

—Sí, es idéntico al Rivendell de las películas de El Señor de los Anillos

—coincidí, alzando la vista, impresionado—. La esposa de Ogden era una

gran fan de Tolkien, ¿te acuerdas? Y él construyó todo esto para ella.

Oímos un rumor eléctrico a nuestras espaldas: la escalerilla del avión se

replegaba y la escotilla se cerraba. Los motores volvieron a encenderse, el

jet viró y se preparó para despegar de nuevo. Lo vimos elevarse por el aire

limpio, estrellado. Después enfilamos hacia la escalera que conducía a la

casa. Cuando finalmente llegamos a lo alto, descubrimos que Ogden Morrow

ya nos esperaba.

—¡Bienvenidos, amigos! —nos gritó, extendiendo las manos a modo de

saludo. Llevaba puesto un albornoz de cuadros y unas zapatillas con forma

de conejo—. ¡Bienvenidos a mi casa!

—Gracias, señor —dijo Hache—. Gracias por invitarnos.

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